El Diván de Juan José Torres

Incompetencia de un funcionario policial

El lunes trece estuve en la Comisaría de Policía de Elda para unos asuntos particulares en el departamento de Extranjería. La sala previa a la atención propiamente dicha es reducida, 8 ó 9 metros cuadrados, sin aire y con las puertas de acceso bloqueadas. Un joven policía atendía a los ciudadanos, derivando bien a la oficina de extranjería o bien a la de denuncias según cada caso. Con una estancia tan pequeña y unas diez personas allí nos faltaba a todos el aire, impacientados de que por riguroso turno nos atendieran lo antes posible.
En esas llama al timbre una chica joven, de treinta y pocos. Le abre el funcionario de guardia preguntándole qué desea. La mujer responde que quiere presentar una denuncia y transcribo, a continuación, la conversación entre ambos porque no tiene desperdicio y me resultó esperpéntica, impropia de un país con bandera nacional en comisarías como ésta y con reminiscencias tercermundistas, donde el servidor público deja mucho que desear por escasa preparación, abundante mala educación e ineficacia comprobada por los testigos presenciales. Ésta es la manera en que el policía interrogaba a la demandante:

“Qué quiere denunciar” pregunta el policía. La chica contesta “un robo”. “¿Un robo de qué?”. “Del bolso que llevaba”. “¿Dónde?”. “En el portal de mi casa”. “¿En su casa?”. “No. Ya le he dicho que en el portal de mi casa”. “¿Le tiraron del bolso? Haber empezado por ahí. En ese caso es robo con violencia”. “¿Llamó a la policía?”. “No”. “¿Por qué?, es su obligación”. “Estaba muy asustada y tenía un ataque de ansiedad, y por favor, si no le importa, ¿podíamos hablar en privado? No es agradable que gente que no conozco se estén enterando de lo que me ha pasado”. “No, señorita. Usted me lo cuenta aquí y yo decido si procede o no la denuncia”.

“¿Qué tenía en el bolso?”. “La cartera, la documentación, tarjetas bancarias y un móvil”. “¿Por qué no llamó a la policía?”. “Ya se le he dicho. Estaba asustada. ¿Podríamos hablar en privado?”. “No”, responde el policía. “¿Por qué no llamó desde el móvil?”. “Porque me lo habían robado, ya se lo he dicho”. “¿Y por qué no llamó desde el fijo?”. “Porque no tengo fijo”. “¿No tiene fijo, pues será la única que no tiene fijo”. “¿Podemos hablar en privado?, estoy incómoda”. “Ya le he dicho que no”. “¿Trae parte de lesiones?”. “No. No recibí lesiones”. “Pues tiene que traer un parte de lesiones. Es el procedimiento”. “Si es que sólo me robaron, pero no me hicieron nada”. “Si no trae un parte no se puede hacer la denuncia. Vaya al hospital o a su médico de cabecera que le hagan un parte”. “Oiga señor policía. Si voy al hospital se van a reír de mí porque no es una urgencia. Para el médico tengo que pedir cita previa y me darán para la semana que viene”. “Ahh. Ese no es mi problema. Es el suyo. Sin parte no hay denuncia”. “Mire usted. Hace dos meses me atracaron también e hice la denuncia y no me obligaron a presentar parte de lesiones. Puede comprobarlo”. “¿No me ha escuchado? Sin parte de lesiones no hay denuncia”.

Esta es la insólita conversación de la que fuimos testigos una decena de personas, sin necesidad de ello, entre un policía analfabeto y una señorita educada. La mujer se fue aturdida y llorando, con la sospecha de que ha perdido la confianza en quienes se supone que la deben ofrecer. Al minuto de irse se abrió la puerta de un despacho que tenía un letrero: Oficina de Denuncias. El responsable pregunta al personal: “Hay gente para denuncias o son para extranjería? “No. Había una señora y se marchó”.

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