Injusticias a un juez justo
El seis de mayo de 2010 firmé una columna titulada La Memoria Histórica de Garzón donde reflejaba que ya tenía dificultades y restricciones desde la misma cúspide jurídica por presiones políticas. Y es aquí donde radica el problema, pues la independencia del Sistema Judicial respecto al Estado es una monumental falacia. No existe emancipación de los órganos judiciales si sus gestores son designados a dedo por PP y PSOE. Así, tanto el Consejo del Poder Judicial como el Tribunal Supremo, incluso el Tribunal Constitucional, están condicionados por líneas directrices no suyas, sino políticas.
Baltasar Garzón, denominado hace años como el juez estrella por sus sentencias polémicas, ha sido sentado en el banquillo acusado de prevaricación, y me temo que la sentencia ya está echada desde antes de su imputación. Sus actuaciones como juez podrán gustar a unos y ser desairadas por otros, pero objetivamente es un juez valiente y honesto, con ideales de impartir justicia y asumiendo lo que espera la sociedad de los mejores magistrados. Ha llevado a la cárcel a indeseables del crimen organizado, a mafias del narcotráfico, a personajes corruptos, a terroristas vascos, y sentado en el banquillo a torturadores y dictadores de los regímenes chilenos y argentinos.
Asediado por presiones inconfesables y apartado de las causas que emprendió, como la delicada Memoria Histórica, desestiman sus procedimientos y lo procesan llevando otro tema en danza: el caso Gürtel. El controvertido asunto de la memoria histórica ha tenido sus detractores, argumentando éstos que a qué santo se van a investigar a estas alturas las víctimas del franquismo, cuando muchos hijos y nietos quisieran saber del paradero de sus padres o abuelos, sepultados a saber en qué fosas, sólo para enterrarlos con una mínima dignidad. Es como si a las víctimas de los Niños robados, ahora de actualidad, les dijeran que se olviden porque aquello pasó hace mucho tiempo y no es hora de desentrañar viejas mafias, tráficos y compraventas de niños recién nacidos.
Y claro, el sumario Gürtel ha colmado el vaso y la paciencia de retrógradas señorías, que no quieren que se destapen tramas que pueden comprometer a ilustres personajes. Yo, que por muy iluso que sea no me cansaré de denunciarlo, sigo afirmando que el Sistema Judicial es una mierda. ¿Quieren saber por qué? Porque en las investigaciones no se pretende la verdad, y todos los trámites se pierden por tecnicismos, formulismos, procedimientos reglamentarios y preceptos legales que obstaculizan el objetivo final de desenmascarar a los verdaderos culpables. Si las escuchas ilegales no son admitidas como pruebas y penaliza a quien las ordena, siendo la única forma de impedir un delito, en este caso económico, ¿qué espera la sociedad de la Justicia?
Para llegar al fondo de una indagación, encontrar la verdad y acusar a los infractores no se pueden poner cortapisas. Los sacerdotes tienen asumido el secreto de confesión, pero si por sus silencios no se evitan crímenes al infierno los curas y el bodrio judicial. La Justicia debería facultar todos los métodos necesarios, excepto la tortura, para resolver un caso o una causa, no ponerle más inconvenientes. Y si no es así, ¿para qué nos sirve? Yo deseo que los asesinos, los timadores con reiteración, los corruptos, los indeseables que indignan a la sociedad estén en sus módulos correspondientes, no campeando sus despreciables conductas con absoluta impunidad porque su delito prescribió o hubo un desacierto técnico en la causa.
Los fiscales que recriminan a Garzón y lo acusan de emplear métodos no conformes a la Ley tendrán razón, así como el Tribunal que lo depure. Pero ni los fiscalizadores ni el juzgado satisfacen la necesidad de saber quiénes mangonean a sus anchas, y que además se ríen de Garzón, del fiscal y del Presidente del Supremo. Allá ustedes con sus injustas sentencias. ¡Lástima de togas!