Inseguridad y enclaves
Es un tema latente. El de la inseguridad ciudadana. Hace unas semanas lo sacó a la palestra Aureliano Buendía en su Villena Walking Dead. Y de modo subrepticio se coló hace unos días a lo largo de una conversación hasta ganar el protagonismo. Era una pequeña reunión informal. Uno de los pequeños encuentros que Los Verdes convocan para ir conociendo de primera mano la opinión ciudadana sobre distintos aspectos de nuestra ciudad. Encuentros que culminarán en un foro abierto de participación ciudadana que el grupo pronto presentará públicamente junto con las instrucciones necesarias para utilizarlo.
El caso es que objetivamente éramos cuatro personas alrededor de una mesa hablando sobre los aspectos culturales de Villena. Y como es de imaginar de la pintura se pasó a la poesía, de ésta al cine, de allí al teatro, y así se fueron recorriendo, evaluando sucintamente, las opciones que ofrece, ofrecía y podría ofrecer la vida cultural villenera.
Y en éstas se podría haber quedado la charla de no ser porque a través de los comentarios sobre el Castillo, el Centro de Recepción de Visitantes y el Casco Antiguo, se coló el tema de la inseguridad. Una problemática sobre la que se comenzaron a narrar testimonios de primera mano y sobre la que no hubo quien no aportara su propia anécdota: cañerías emanando agua durante días porque han robado el grifo de hierro que las cierra, rejas arrancadas de cuajo, una pila de fregar partida por la mitad para extraer el tubo de diez centímetros de plomo que la une a la cañería Barbaridades que parecen indicar que el exceso de demanda en el negocio de la chatarra lleva a convertir en desechable lo útil.
Y como Villena no es una de esas ciudades con trescientos mil habitantes, parece que en general cualquiera conoce a buena parte del personal dedicado a la recogida (robo y expolio) de chatarra. Esa gente que empuja un carrito de supermercado cargado con todo tipo de metales, que pasa frente al edificio de la Policía Municipal, recorre la carretera que bordea los Altos de la Condomina carretera sin arcén, y toma el carril-bici hasta llegar a la empresa que compra la totalidad de su carga. Una acción legal, por parte de la empresa, que sin embargo parece traducirse en puertas reventadas y tejados agujereados, sobre todo en el casco antiguo de la ciudad. Allí, donde desde el Castillo nuestra ciudad ofrece sus primeras vistas. Allí, donde vecinos y vecinas tienen miedo de llegar a sus casas y no encontrar los picaportes (cosa que ya se viene dando).
Y la fiebre de la chatarra se extiende, lo vamos viendo en los robos en los campos, en los chalets, llega a la calle San Antón y al barrio de las Cruces
nos va invadiendo y parece que nadie, ni vecinos, ni vecinas, ni la policía, ni ayuntamiento o juzgados, puede ponerle fin.