Vida de perros

Insoportable

He oído que hace un calor “insoportable”. Como siempre, como cada año. Y aunque el verano haya llegado con retraso, aunque lo hayamos esperado desesperados, al final cuando llega resulta que decimos que trae un calor insoportable. Contradicciones como ésta hacen pensar que nuestra memoria es selectiva y que de nuestras experiencias almacena sólo las sensaciones positivas. Nada del sol insufrible, las barras saturadas y el velo de polvo que cubría como una nube el recinto de aquel festival de música; el recuerdo que nuestro cerebro registra es el de un magnífico concierto, una piña de amigos y amigas divertida, unas cervezas frías... Es inútil hablar de las estaciones basándonos en el recuerdo del año anterior, nuestro cerebro como un jefe de redacción se encargará de remitirnos una información absolutamente subjetiva.
Pero hablamos del calor insoportable. Y me inclino por hablar de cosas insoportables. Dejando a un lado a las personas –insoportables hay a capazos– y otros ejemplos que se inscriban en el ámbito del gusto personal –ya saben, aquello de los gustos y los agujeros del culo…– queda todo un mundo de “algos” insoportables que para simplificar dividiré en tres campos: lo insoportable inevitable, lo insoportable ultraterreno y lo insoportable evitable. Pondré un ejemplo de cosa insoportable ultraterrena: resultan insoportables las realidades en las que viven millones de personas, condiciones que al conocerlas se nos hacen insoportables, es decir: las compadecemos del mismo modo que al Cristo de Mel Gibson: lo que dura la peli. Nos supone un acto insoportable concebirlo. El resto es puro ejercicio físico, no se extrañen queridas personas: el compromiso (sea social, artístico…) es un ejercicio físico auto impuesto: de nada vale rumiar internamente, la acción es el único modo de materializar el compromiso (aunque sea marcando la cruz en la declaración de la renta, o mejor como el grupo de Amnistía Internacional en las calles de Villena).

Ya en lo insoportable evitable nos encontramos con un elevadísimo porcentaje de elementos en nuestra vida diaria: el mítico Llorenç y otros cientos de “lucidísimos” ejemplares versados en sociología insistiendo diariamente sobre la socialización de nuestra bandera durante y tras la Eurocopa: “¿No se han dado cuenta de que tras la victoria española, la fauna de esta tierra luce sin prejuicios la bandera que la representa?”. Momento de los libros de Historia de nuestros retataranietos. O en mi humilde opinión: cuánta gilipollez hay que decir, por obvia que parezca, cuando se está obligado a decir. El problema de las imbéciles obviedades suscritas por “personajes relevantes” es que calan en las calles. Y este tipo de comentario insoportable pero evitable, puede convertirse en inevitable gracias al clamor popular.

Le toca el turno al final al peor estigma: el inevitable, contra el que no puedes luchar. Es insoportable levantarse un domingo y descubrir que de los grifos de tu casa no sale agua. Llegar por la tarde y aliviarse al volver a verla correr. Escandalizarse segundos después al percibir que lo que sale de los grifos es agua blanca. Levantarse el lunes para trabajar y volver a encontrar secos los grifos. Es insoportable encontrarse en esa situación. Insoportable no saber por qué ni hasta cuándo. Insoportable imaginar que quizás se trata de una maldición por no haber firmado en aquella hoja de firmas del trasvase (de uno de ellos). Insoportables, una vez recuperada la calma, la ignorancia e indefensión a las que te has visto sometido. Insoportable escuchar los boletines del lunes a medio día y lejos de informarte, aguantar las mismas preguntas y las mismas respuestas de todos los años tras la presentación de las Regidoras de Fiestas. ¿Ha sido bonito? “Lo más bonito que ha pasado en my life, of course”.

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