Intersecciones poco seguras
No pasó la Infanta doña Cristina por el cruce que lleva a la calle Arévalo pasando bajo el puente de la autovía, no me consta que así fuera, ya que ni siquiera le pillaba de paso para llegar a donde tenía que ir el sábado por la mañana. Otra cosa es que viniendo de Madrid quisiera detenerse unos minutos, aún sin salir del coche, junto al edificio de Apadis apadrinado por su familia y descuidado por las autoridades autonómicas. Son especulaciones. En cualquier caso, de poco aval parecen servir hoy día las atenciones de la realeza (y no me doblen el sentido si no quieren).
El caso es que si hubiera tenido que sortear el cruce mencionado quizás hubiera estado tentada de enviar la merecida advertencia a la campaña de Puntos Negros que promueve la casa de Julia Otero, a la que pongo como abanderada dada su insistencia en el tema. No sé si alguien en Villena lo ha hecho, sería interesante saberlo más que por otra cosa por ponerme manos a la obra en el asunto. Yo soy uno más de los damnificados por esa intersección, porque aún habiéndome librado en un par de ocasiones claras de colisión, puede que llegue la tercera. Y resulta imposible adivinar si afortunadamente solo tendremos que lamentar la rotura de un faro. Y tampoco la prudencia, el respeto a las señales y la conducción responsable, nos garantizan al cien por cien nuestra seguridad en este cruce. Se lo digo yo, queridas personas, que si bien he librado dos accidentes allí probablemente por mantenerme alerta, tengo que reconocer que también la suerte estuvo de mi parte, y la suerte es algo que no siempre está cuando se la necesita. Y hay casos en los que desgraciadamente ayuda muy poco poder decir que la culpa no fue nuestra.
Entiendo que la configuración de esta encrucijada complica algo una solución convencional, entiendo que la base de cemento y oro con que se construyen nuestras rotondas encarezca bárbaramente su coste, y entiendo que el estado económico de las arcas colectivas tenga menos solvencia que un pato. Pero digo yo que cuatro semáforos sobrarán en algún sitio, por ejemplo, y que aquí podrían hacer una buena función.
Punto y aparte, no quiero perder la ocasión de nombrar sin dejar el tema del desvío hacia el barrio de San Antón poco antes de rebasar el puente del Grec. Un desvío que no solo acusa falta de señalización sino que ni tan siquiera cuenta con unos reflectores que marquen su existencia. La prudencia casi obliga en noche cerrada a indicar con el intermitente tus intenciones al comenzar la bajada del puente, a cincuenta metros pongamos de la salida, y a reducir ostensiblemente la velocidad para dar un giro de noventa grados en un espacio estrecho y con circulación en doble sentido.