José Antonio, ese desconocido
Los aniversarios son ocasiones de oro para recordar personajes y acontecimientos. Los aniversarios suponen excusas innegables para evocar a quienes la Historia no ha tratado con justicia. José Antonio, a mi juicio, reúne por partida doble el maltrato histórico. Demasiadas calles le dedicaron los primeros y demasiados perros le echaron los otros, y considero que no era merecedor de ninguno de estos honores. No pretendo evocar la ideología de este abogado que fue fusilado en Alicante al poco de comenzar la Guerra Civil, sino señalar algunos aspectos de su vida y de su muerte con la intención que expresaba en el encabezamiento.
La vida de José Antonio anduvo muy condicionada por la figura de su padre, el General Primo de Rivera, quien participó de modo profundamente activo en el gobierno español de los años veinte. Primero por su condición de militar y segundo por su actuación dictatorial en connivencia con el rey Alfonso XIII. Parece claro que en esta etapa hubo lances para todos los gustos, incluso muchos historiadores coinciden en los aspectos positivos como el fin de la guerra de África y los avances en materia de infraestructura, comunicaciones y obras públicas, aunque la realidad es que al General le costó el destierro y al Rey la corona. Despechado por lo que él consideró un trato injusto hacia la memoria de su padre, José Antonio comenzó su actividad pública en combinación con su profesión de abogado, que le permitió ganarse la vida y que ejerció hasta el mismo día de su sentencia, aunque no le libró de la muerte. Merece la pena recordar que José Antonio heredó el título de Marqués de Estella, con grandeza de España, del cual jamás hizo alarde ni ostentación. El triunfo de la República le llevó pronto a la desconfianza con respecto al régimen político, pues consideró que ni las izquierdas ni las derechas eran capaces de ofrecer a España el gobierno que una Nación como la nuestra merecía en aquellos tiempos, y aunque puntualmente colaboró con unos y otros, su desmarque fue total y pronto recurrió a la universidad y a los sindicatos ya formados para captar adeptos para su nuevo partido, Falange Española.
José Antonio fue consagrado por la Historia el día de su muerte, y con la perspectiva de los años transcurridos, estoy convencido que de haber sobrevivido a la Guerra Civil hoy no se tendría el concepto que generalmente se le otorga. O hubiese formado parte real y viva del tinglado franquista, lo que le habría convertido en uno más, o se hubiese desvinculado como hicieron otros, que es lo que me sugieren sus últimos documentos autógrafos, ese legado que el Tribunal que lo juzgó entregó a Indalecio Prieto y que Franco tanto buscó.
Recientemente han salido a la luz y, aunque todo es interpretable, a mi juicio no dejan lugar a dudas. José Antonio pugnaba desde la cárcel por un gobierno de emergencia e integrador del que formarían parte personalidades tan dispares como Ortega y Gasset, Martínez Campos o Indalecio Prieto y hubiese actuado como lo hicieron sus amigos Rafael Sánchez Mazas, Manuel Hedilla o Dionisio Ridruejo, que fueron perseguidos por el régimen franquista con la amenaza de la pena de muerte.
Animo a los curiosos a acercarse sin prejuicios a la figura de este hombre, que camino del cadalso regaló su abrigo a los milicianos y que ya de espaldas al paredón realizó una arenga deseando que su sangre fuese la última derramada en la Guerra Civil, rogando que limpiasen el patio para que su hermano Miguel, también preso, no tuviera que pisarla a la mañana siguiente.