Juan Richart y Celia Lledó
Soy consciente de lo manido que está este asunto, y también enmarañado. Aun así, observando distintas perspectivas de los empeños de unos y el enroque de otros, el problema es más profundo que el anuncio de cualquier titular. Richart defiende su presunción de inocencia y Celia ya lo ha condenado por prevaricación. Sí, es verdad que el Fiscal solicita una inhabilitación de ocho años por el supuesto delito, del mismo modo que la parte defensora pretende su completa absolución. El tema está en proceso judicial y habrá que esperar acontecimientos. Cuando se produzcan alguien moverá ficha, en un sentido o en otro y dependiendo de la sentencia.
Así ocurrió cuando Celia destituyó, muy a su pesar, a Isidro Gosálbez una vez la resolución dictó en su contra. Pero lo que me resulta chocante y vergonzoso es que todas las energías del PP desde que perdieron la alcaldía han estado enfocadas al Sr. Richart, pidiendo su dimisión por poco menos que corrupto. Ya requirieron la entrega de su acta, y la de sus compañeros, cuando formaron el grupo de No Adscritos. Y es a partir de este momento cuando empieza la historia, ni antes ni después. Siendo Richart concejal con Celia todo el equipo de gobierno sabía de la irregularidad y todo el gabinete estaba conforme en no airear el tema, ni publicitar el expediente.
Cuando la formación se rompe en dos pedazos es cuando la exalcaldesa saca del baúl de los recuerdos la anomalía administrativa. A partir de ahí no ha parado de acosar al edil, para ella ya convicto. Lo que debería haber sido una denuncia administrativa se convierte en penal y el Fiscal actúa con consecuencia en base a unos documentos incompletos, que se ocupó de facilitarlos el PP y omitiendo otros, que de todo hay que responder; y escurrir el bulto para pasarle la pelota a los servicios municipales no es correcto. Richart cometió un palurdo error en su día y amparado por su equipo silenció la travesura, hasta que le acusaron de culpable.
Su desliz es imperdonable por el cargo que ocupaba, y será juzgado por ello. Ahora bien, como afirma su compañero Pedrosa jamás tuvo interés en beneficiarse, como sí asegura el PP. Y creo a Pedrosa por una sencilla razón: que pudiendo seguir los pasos de los señores Abellán y Peralta, renunciando a las diferencias con Celia a cambio de continuar en el poder municipal, optaron por desistir de sus delegaciones y, por tanto, rehusaron de sus correspondientes sueldos. Conviene rescatar a la memoria este tema porque revela muchas intenciones. Es entonces cuando la boca cerrada de Celia se abre, habla y acusa.
De modo que más allá del dictamen judicial, del desacierto de Richart y de si la imputación es motivo o no de dimisión, subyace en el fondo una animadversión particular. Es decir, todo el lío persecutorio no es gratuito, sino incitado por motivos personales. ¿Habría actuado el PP con la misma contundencia si el delito fuese de Chimo Valiente o de Jesús Martínez? Lo dudo, porque Pedrosa y Richart arrebataron los dos votos que derrocaron a Celia Lledó. Así es. Pero no esperaba menos de la moción de urgencia del PP. Podría haber solicitado una pregunta a la Generalitat para que aclarara qué hay de la financiación y deuda de la Plaza de Toros o sobre la falta de liquidez del Gobierno Valenciano. Pero nada hay más imperioso que el caso Richart.
Conocedores de que la moción iba a ser rechazada, ¿cómo la proponen como urgente? Es lógico entonces que Patxi no aceptara la prisa de la sugerencia. Fue Celia quien predicó de lo que ahora se lamenta, disponiendo qué se admitía o rechazaba por procedimiento de urgencia. Se contradice al inculpar a otros de comportamientos que, antes, ella utilizó. Ahora Esquembre, además de vasco, es un lobo. Pero la imprudencia, luego, se delata sola.