Fuego de virutas

Kilómetro cero

Madrid kilómetro cero. Donde parten como radios torcidos carreteras de una España retorcida que quiso ser España. Una España que, asignatura pendiente para ser estado integral, teje aún voluntariosa, como araña para su supervivencia, los hilos que no fueron red, sólo trazas. "Pero no hay caminos de travesías –advierte Luis de Usoz a su amigo Benjamin Wiffen en el verano de 1840–, o internos de provincia a provincia, o de pueblo a pueblo, fuera de dichas carreteras generales. Ahora se hacen algunos."

Pendientes todavía en España los vínculos internos y externos que la potencien como nación-estado entre tanta dificultad aldeana, cuando Carmen posa su ágil pie y pisa sobre ese punto que señala el kilómetro cero en la Puerta del Sol, una luminosidad estalla llevándonos por los caminos que nacen donde nacen las esperanzas todos los años un año más: "Marineros, soldados, solteros casados, / amantes, andantes y alguno que otro / cura despistao. / Entre gritos y pitos los españolitos / enormes, bajitos hacemos por una vez, / algo a la vez". Como cantaba Mecano.

Caminos reales, seis, que serán base de carreteras para crecerse en autovías y autopistas. El primero, hacia el norte, Burgos, Santander, Euskadi... El segundo, hacia el noreste, Zaragoza, Barcelona, Costa Brava... El tercero hacia el este, hacia el levante mediterráneo, Valencia... El cuarto hacia el sureste y sur, Andalucía, camino de Ocaña que decían nuestros antepasados al brincar desde los valles del Vinalopó la cuesta de la tía Ángela, vadeando el Angosto, río o rambla según la circunstancia... El quinto hacia el oeste, Extremadura, hacia el Portugal océano... El sexto hacia el noroeste, Galicia... Fin de la tierra.

Tras el flash geográfico miramos la plaza, Puerta del Sol, que es meseta de la meseta donde por el verano de julio aún quedan indignados. Las tiendas de la indignación, como chabolas de suburbio de la España del desarrollismo, nos recuerdan los portales de las epifanías de Memling o similares. Belenes de la esperanza por una Navidad que quiere ser perpetua como siempre decimos que lo es en el Carpanta de Biar que tanto encanta a mis hijas. Pero aquí en Sol, cuando estamos, ya sólo quedan más perros que flautas, porque lo celestial de la idea solidaria contra las hambres del mundo es un bonito discurso folk que no se materializa fácilmente. Mientras escuchamos las prédicas de Sol o curioseamos algún escrito de los indignados, el cuerno de África nos cornea con cadáveres. Donde los piratas de la mar, mueren niños. Niños perdidos. Nunca Jamás.

Puerta del Sol, puerta de esperanza al sonar las campanadas y darnos las uvas. Y Madrid deshaciéndose en proyectos mientras se nos muere el Madrid oficinista que vivimos en los setenta acompañando a mi padre saludando a sus amigos en la central del Hispano-Americano de plaza de Canalejas. Donde hoy el Santander, desaparecidos los mostradores de cuando los bancos eran contabilidad de manguitos y tintas, olor a lapicero, goma y tabaco, lápices de dos colores, debe y haber, entradas y salidas, balances, contabilidades en libros de registro sagrados, banca de botones, cajeros, oficiales, apoderados y directores con Don. Desde allí ascendiendo hacia las cervecerías La Oficina y El Abuelo... Que hoy, o no son, o siendo no son lo que eran, por mucho letrero castizo que se muestre. Porque entonces los bares, como los bancos, eran otra cosa distinta de lo que hoy son. Los olores también son geografía y arquitectura. Como el sonido. Con belleza nos lo descubrió exquisito en ámbitos morunos nuestra profesora María Jesús Rubiera en su bello libro "La arquitectura en la literatura árabe. Datos para una estética del placer".

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