La Alcaldía cara a la pared
El caso es que la felicité. Deseé éxitos a Celia al día siguiente de su gran victoria, pero bien es verdad que más en lo personal que en lo político, por más que sabía que una cosa va unida a la otra. No creo en las mayorías absolutas, porque aturden la autoestima y los propios egos, pero anhelé suerte a su andadura, muy a pesar de nuestra distancia ideológica. Pero los días del calendario continúan y hoy los díscolos no han dejado la casa, simplemente han dado un golpe en la mesa y han puesto, de momento, cara a la pared a la administradora, a sus lugartenientes más fieles, a los títeres sin cabeza y hasta al mayordomo.
Quisiera dejar claro que este articulista no cuestiona ideas, sino conductas, y tan sólo procuro analizar una crónica lo más objetiva posible de los acontecimientos. Dejando ya de un lado la ironía y la metáfora, Celia acusa a sus rebeldes de indisciplina y deslealtad, por más que intentó la concordia y les tendió la mano .Los díscolos han objetado a Celia su abuso de autoridad, marginación, escaso diálogo y de desproveer sus concejalías de contenido presupuestario. Pero al margen de las preferencias políticas de un sector y otro, de si los ripollistas o los campistas son la mejor apuesta al caballo ganador, las reglas del juego las impuso Celia y ella misma las rompió.
Trabajar en equipo es contar con todos, sin exclusividades, aunque uno piense esto y la otra aquello. Y es necesaria la confianza, la delegación de funciones y el ánimo compartido en los momentos difíciles. Nada de esto ha existido: ni confianza, ni piña de amigos, ni siquiera el compartir las cotidianas tristezas y alegrías. Ha predominado el sabotaje desde la mayoría, la información privilegiada y acotada al compañero, el arrinconamiento y menosprecio al trabajo de otros. Se ha abusado de excesivo control y de un poder concentrado desde un minúsculo grupo. Ha faltado, en Celia, mano izquierda, diplomacia e inteligencia y ha confiado en asesores interesados y poco objetivos. Siempre es mejor, no lo duden, ceder a tiempo a que se rompa la cuerda.
Celia y sus allegados han estado acosando a sus díscolos. Chimo Valiente y Jesús Martínez, en esta partida de ajedrez, hacían de alfil amenazando en diagonales envenenadas cualquier intento de discrepancia; Abellán y Peralta, antiguos rebeldes, con el movimiento del caballo saltando de aquí para allá marcando territorio. Mª José e Isidro haciendo uso, como las torres, de sus disuasorias influencias. Celia, monarca dama y absolutista, alardeando de continuos jaques al rey y en sistemáticos movimientos.
Pero han jugado tan mal la partida que se han quemado con el juego y quien a hierro mata, a hierro muere. Los antiguos díscolos, que ya no son del PP, cansados de tanta retirada y humillación han contraatacado por el flanco más débil de la dama, su soberbia; más frágil que sólida. Miren por dónde los moribundos peones, barridos en su tablero de batalla, han esperado vientos más plácidos y oportunos y el jaque mate, en esta legislatura, está servido: los mandamases cara a la pared. ¿Quién lo iba a decir? Tanta mayoría, tanto poder y tanta prepotencia para acabar así, asaltados por sus propias miserias.
A partir de ahora el desmembrado equipo de gobierno se va a encontrar de frente a antiguos compañeros heridos, rendidos pero supervivientes. El cruce de miradas o los gestos esquivos sembrarán la duda de la venganza. Y ahora más de uno se preguntará: ¿de qué sirvió el látigo? Asúmelo, Celia. El látigo no amansa, ni doma, ni domestica. Ahuyenta y, en ocasiones, azota fuerte, aun sin pretenderlo, en contra. Mientras tanto, Villena sigue necesitando gobernabilidad y sensatez.