De recuerdos y lunas

La belleza del cuerpo

Cuando en occidente decimos ¡qué bello que es! lo estamos diciendo determinados por un canon de exquisitez basado en la cultura griega. Principalmente en la del periodo clásico. O si quieren –original y copia– en la cultura grecolatina. Este canon es el que determina principalmente nuestros gustos, el que nos dicta ante las formas nuestro "me gusta" o "no me gusta". El que nos hace decir "está bien hecho" o "está mal hecho", "equilibrado" o "desequilibrado". Así, nos sorprende que otras culturas no coincidan con nuestros gustos. Pero hay culturas que no coinciden con nuestros gustos. A pesar de la globalización que nos uniformiza.

Quien piense que lo clásico es viejo y está superado por las vanguardias se equivoca. Porque si bien puede que huyamos de lo clásico, huimos partiendo de lo clásico. Porque ahí están nuestros fundamentos. Bien para imitarlos, bien para transformarlos, bien para detestarlos, bien para "contaminarlos" con otras culturas. Pero en los valores clásicos está nuestra base. Y viéndonos en nuestros orígenes que amamos o rechazamos nos emocionamos.

Estas Pascuas fuimos al MARQ –Museo Arqueológico de Alicante– para ver la exposición titulada "La belleza del cuerpo. Arte y pensamiento en la Grecia Antigua". En ella se han reunido ciento veinticinco piezas de los fondos griegos del British Museum que es almacén del mundo colonizado por Europa. En ella se exponen obras escultóricas y cerámicas principalmente que van desde el periodo cicládico al tardohelenismo, desde el tercer milenio a.C. hasta el siglo I de nuestra era. Más o menos. Como reclamo de la exposición se nos ofrece el Discóbolo –concretamente una copia romana perteneciente a la villa de Adriano en Tívoli y que mira hacia adelante–, expuesto individualmente en una sala en graderío semicircular que nos permite observar la escultura desde múltiples perspectivas. Una sala semioscura, con ambientación musical relajante, que invita al recogimiento y al deleite. Palpando lo sagrado.

Si como reclamo el Discóbolo, no dejamos de apuntar una simpática escultura de unos niños que jugando a las tabas se pelean. Del conjunto, los estragos del tiempo sólo nos han dejado un niño. Del otro que intuimos nos queda el trozo de pierna que muerde con arresto su compañero de juegos. Las tabas, abandonadas en el suelo, son testigo de las mudanzas lúdicas de una infancia desenfadada y alegre. También están las terracotas y bronces y las cerámicas –de figuras negras sobre fondos rojos, de figuras rojas sobre fondos negros– variadísimas, interesantes y diversas en sus temas. No menos interesante es una lápida mortuoria que con ironía invita a quien la contemple a dirimir qué restos acoge, si los bellos restos de la juventud, si los feos restos de un feo ser. Como si la muerte, sus gusanos, hicieran distingos según la preciosidad de los cuerpos. Finalmente vale la pena entretenerse en las frases que salpican las paredes en las tres salas de exposición. Frases filosóficas y en torno a la estética que nos descubren que lo que debemos saber está escrito desde hace muchos siglos. La exposición nos devuelve a la cuna donde nacimos.

Un aviso por ir con menores de edad. Si alguien que acompañado por pequeños sintiera prejuicios por temer encontrarse con muchos desnudos, tetas y pililas de mármol y pintadas esquemáticamente en las cerámicas, que arranque los prejuicios y quite las hojas de parra de su pudor. La exposición "La belleza del cuerpo" precisamente nos enseña dónde la belleza, dónde la burda pornografía. Ni siquiera una escultura de una ninfa forcejeando contra un sátiro nos pareció obscena. La belleza no lo es. Y en esta exposición, sobre todo, es la belleza.

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