Fuego de virutas

La bestia del olvido

Asistir a un club de lectores sin haber leído el libro que les traía para charlar con la autora resulta como ir a un bautizo sin conocer a la criatura. O como ir a una boda sin conocer a los novios. Y no seguimos con los símiles que gasta la trilogía popular ya que junto a bautizo y boda añade –¡malaje, malaje!– entierro. Que nuestra experiencia en absoluto fue velatorio. Porque fue alegría.

En Orihuela, aquella tarde del primer viernes de marzo, el cielo, como en algunas casidas andalusíes de los poetas de las Taifas, lloró. Sería por la disposición de la atmósfera, pero quién sabe si también, en sus caprichos de temperie, el cielo echó algunas lágrimas por saber de una Biblioteca Pública –la de Orihuela– cerrada. A cal y canto. Por los recortes. Recortes que minan fundamentos y apenas coheterías. Quienes me invitaron a participar en el grupo solían reunirse en la Biblioteca y estando cerrada tuvieron que refugiarse en la cafetería de un hotel. Casi de improviso.

Aquella tarde de primer viernes de marzo, no teníamos intención de salir. Y menos con la amenaza de la lluvia. La semana nos agota y las tardes de viernes normalmente –salvo obligaciones familiares– nos apetece quedarnos en casa sin prisas por hacer. Bien leyendo, bien escribiendo, bien realizando sin apreturas alguna labor de la profesión. Por adelantar. Pero aquel viernes, por partida doble, nos habían invitado a asistir al grupo de lectura que recibía la visita de Ángeles Corella para hablar de su novela "La bestia del olvido". Y tanto por quienes me invitaban, como por la autora, no podíamos faltar. Y lo advertido: Yo no había leído el libro que les ocuparía. Sabía de él por algunas reseñas publicadas, sabía que en la Biblioteca de Villena la experiencia con lectores, que ahora se repetía en Orihuela, había sido muy satisfactoria. No había leído el libro pero, aún sabiéndome en conciencia extraño, tenía que ir. Valió la pena. Valió la pena porque desde la barrera observé la magia de compartir dos placeres: el de la lectura y el de la escritura. La conversación resultó fluida y hermosa. Las preguntas y comentarios de los lectores demostraban aprecio por lo leído, las respuestas de la autora mucha querencia y respeto por el difícil quehacer literario. Un gozo para el convidado de piedra que yo no tenía más remedio que ser.

La novela vale la pena. Ahora lo digo con conocimiento de causa porque aquel encuentro nos azuzó la necesidad inmediata de leerla. Por nuestro trabajo, nos vemos obligados a ocupar nuestras lecturas en estudios de historia y geografía y no nos queda todo el tiempo que quisiéramos para la literatura. Pero después de aquella tarde, escuchado lo escuchado, teníamos la necesidad de leer el libro para corroborar los elogios que los exquisitos lectores brindaron en aquel encuentro. Y así ha sido. "La bestia del olvido" es un texto muy hermoso trabado de melancolías. Una música de nostalgias, no para perpetuar lo pasado, no para aferrarse al "cualquier tiempo pasado", sino con el preciado objeto de no olvidarlo. Los personajes recuerdan no para la añoranza sino para saber quiénes son, para saberse y seguir siendo, pero abiertos al futuro. El recuerdo no es lastre, sino identidad.

En la charla, la autora vino a decirnos que "la escritura tiene que ser como agua que riega, tiene que dejar algo. Necesitamos agua". Aquella tarde, y no por la que caía del cielo, y después de aquella tarde al leer "La bestia del olvido", saciamos con creces la sed. Leyendo. Recordando. Contra el olvido. Para ser.

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