La ciudad desesperada
Los tiempos cambian y las cosas cambian o se descubren como archivos clasificados, de ese modo aquello que intuíamos como lógico comienza a mostrar como mínimo sus brotes verdes: Benedicto 16 admite que el condón tiene alguna utilidad, Pérez Reverte destapa al resto del mundo su lado chulesco, Sánchez Dragó sufre el pecado de sus continuas fanfarronadas sexuales, Disney entrega otra chica Lovato al cruel mundo de la prensa fuxia, a Gasol le acusan de ser demasiado noble para convertirse en MVP, y Villena se retuerce sopesando la validez del proyecto del Túnel Dos Mil Once, hijo o sobrino del Puente Dos Mil.
Como si el mundo se precipitara, como si hubiera llegado a ese punto de no retorno donde sólo queda avanzar, la solución fuera avanzar aunque se avance a ciegas. Y es que lo preocupante no es que de pronto aparezca la propuesta Túnel 2011. Sino el motivo de su aparición. Me pregunto por los motivos del Túnel y por la urgencia para llevarlo a cabo. ¿De qué hablamos? ¿Se trata de evitar más muertes en nuestras vías? ¿Se trata de devolver esas horas semanales robadas a las empresas cada vez que sus mercancías se demoran frente a las barreras ferroviarias? ¿Se trata de mejorar la respuesta de las urgencias sanitarias o policiales de nuestra ciudad? Me temo que si lo pensamos con frialdad a lo único que responde el Túnel 2011 es a facilitar una tercera vía de comunicación entre la ciudad y aquello que está detrás del trazado ferroviario. Nada más. Tan poco que hace ridículo a quién tilde tal intervención como solución.
¿Es entonces necesario endeudar las arcas municipales un millón de euros, arriba o abajo, más? ¿Para conseguir qué? ¿Un colapso de tráfico en el túnel que acelere uno o dos minutos el tiempo preciso para llegar al otro lado? Evidentemente no. Evidentemente lo necesario es seguir luchando para evitar la ciudad longaniza. Seguir luchando pese a que la victoria esté lejos. Porque yo podría entender que el Gobierno Central o la Generalitat se comprometiera a pagarnos ese Túnel a fin de que nos conformáramos, de que nos calláramos. Lo que no puedo entender es que ese minúsculo regalo con el que los gobiernos podrían buscar nuestra conformidad aunque temporal seamos capaces de costearlo con nuestro propio riñón. Y aunque sabemos que cualquier persona sentada en la barra de un bar es capaz de dirigir un equipo de fútbol, y cualquiera que pase por la calle puede arreglar la crisis, creo que hay que hacer un esfuerzo de discernimiento y valorar con la mayor objetividad posible las ventajas y desventajas que supone para nuestra ciudad apoquinar entre ciento sesenta y doscientos millones de pesetas para hacer un túnel que cruce las vías. Ustedes, queridas personas, pueden elegir si quieren tener una opinión o si se conforman con decir, como tristemente se escucha, que toda desconfianza de la oposición responde a un decir no por decir no.