La endiosada y torpe justicia española
En una sociedad enferma como la que vivimos, porque impera la deslealtad sobre el acuerdo, el egoísmo frente a la generosidad, la competencia desleal respecto a las reglas del juego y el doliente estrés ante la plácida armonía emocional, no es de extrañar que se acumulen las citas al psicólogo, para que aplaque ansiedades, y las comparecencias judiciales, que darán y quitarán razones. Sobre la Justicia en España, quisiera exponerles tanto reflexiones como preocupaciones, pues es vox populi que nuestro sistema judicial no satisface a casi nadie y por motivos bien distintos.
Si bien la Justicia la representa una mujer con una balanza y una espada, la báscula debe estar descompensada, pues en la inclinación que satisface a unos y castiga a otros interfieren aspectos nada democráticos. Para empezar no todos somos iguales ante la Ley, pues los poderosos siempre cuentan con más recursos, humanos y económicos, para que la balanza se ladee de su parte, valga el simple ejemplo de la fianza, para nada justa se mire por donde se mire, pues ante un mismo cargo o imputación los que pueden la pagan y los que no se joden. La economía, en este caso, decide quien evade la prisión preventiva o quien la sufre.
Sucede a veces que nos escandalizamos con determinadas sentencias por considerarlas desproporcionadas. En ocasiones la Ley se ensaña con un pobre mantero con multa y cárcel, en tanto sólo amonesta a los defraudadores de impuestos por evadir capitales a paraísos fiscales, instándoles a que se pongan en paz con Hacienda. Yo, que soy un analfabeto en derecho, pensaba que los delitos no prescribían en tanto no se repararan los daños morales, físicos o económicos que habían ocasionado. Sin duda mi inocente ignorancia me vuelve a dejar en la estacada, pues los delitos, aunque sean graves, prescriben con el tiempo.
No se reparan con el tiempo, sin embargo, los sufrimientos de las víctimas, ni las heridas de los vilipendiados, maltratados y lisiados, que morirán jodidos de injusticia. Igualmente me parecen bochornosas y ridículas las sentencias de miles de años, que por mucho que se prolongue la esperanza de vida los trescientos años de cárcel no los sueña nadie ni en sus peores pesadillas. Que se apliquen penas, digo yo, que se puedan cumplir en vida, pero sin rebajas y sin tonterías. ¿De qué sirven mil años de pena si se van a licenciar de la penitenciaría antes de los veinticinco?
De vez en cuando nos desayunamos también con la noticia de que un mismo y presunto delito es resuelto de manera diferente por jueces distintos; resoluciones que manifiestan la subjetividad, en muchos casos, de quienes sentencian el asunto. Porque una cosa es la letra de la Ley, pero quien la ejecuta o aplica tiene sus propias sensibilidades, personales criterios, tendencias ideológicas o religiosas y hasta tipologías culturales distintas. Por eso lo que para unos magistrados la víctima se buscó la agresión por vestir provocativa, para otros cualquier acoso es intolerable. ¿Se equivoca la Ley o yerran los jueces?
Lo que sí es de juzgado de guardia, valga la redundancia, es la exasperante lentitud en los procesos judiciales que, de tanta tardanza o prescriben los delitos, o fallecen los demandantes o se fugan los inculpados. Tan escasa agilidad irrita tanto que cualquier esperanza de credibilidad en la Justicia se desvanece. Resulta además cara y quien se introduce en la aventura de un pleito puede perder los dos ojos de la cara, amén de quedar desamparado y en ruinas. En este negocio mercantil, donde abogados y fiscales pactan acuerdos más allá de la razón o la verdad, abundan las presiones exteriores que cuestionan la independencia judicial. Por eso que Dios me pille confesado si tengo que comparecer ante un juez.