Apaga y vámonos

La fiesta, en la calle

Lo confieso, señora. Por motivos que no vienen al caso, servidor se ha quedado en Villena parte de estas Fiestas, hasta el día 7 más concretamente, y teniendo en cuenta que no lo hacía desde septiembre de 2004, resulta que he descubierto, entre tanta y tanta morralla inevitable, algunas cosas que incluso me han gustado.
Tampoco es cuestión de lanzar las campanas al vuelto, no se crea, porque compruebo que este pueblo de Dios sigue regalándonos una de cal y otra de arena. Entre mis pocos recuerdos festeros, por ejemplo, se encontraban las dianas, el acto más espontáneo y divertido para el que escribe estas líneas, un desfile que los jerifaltes de la Junta Central y las comparsas –supongo que habrán sido ellos– han desnaturalizado con tanta etiqueta y tanta norma. Así, he podido vivir in situ lo que algunos ya me habían contado: que se las han cargado, en pocas palabras. No sé qué pensarán los festeros salientes al respecto, pero vistos desde las tribunas invitan más bien a la pena y al bostezo que a la sana y etílica alegría de antaño.

Y es que, en mi humilde opinión, lo que hace grandes a unas fiestas populares es precisamente eso, que sean populares, es decir, que estén al alcance de todo el pueblo, o al menos que no restrinjan en la medida de lo posible la participación ciudadana. Que les pregunten si no a los Estudiantes, que empeñados en poner tarifas abusivas, tratar al público como a ganado y vigilarlo con compañías de seguridad que más parecían Escuadrones de la Muerte –recuerdo una plantilla compuesta por neonazis, sin exagerar–, se han cargado su otrora imbatible Troya, convertida ahora en poco menos que un páramo despoblado y sin vida, por mucho que la nueva directiva se esté esforzando, y mucho, por darle un necesario vuelco a tan espléndido espacio.

En contrapartida, me encanta ver cómo cuajan iniciativas como la de los Zulús en la Empedrá o los músicos que toman, rodeados de público, la tribuna de la Junta Central en Joaquín María López, llenando las calles de vida sin necesidad de taquillas, colas o tiquets para tomar una copa; apostando por celebrar la Fiesta en la calle, donde siempre se había celebrado; reivindicando a la charanga, en lugar de a los Triunfitos de moda; y predicando con su ejemplo en el repudio de esos reductos privados sólo al alcance de socios, bolsillos pudientes o masoquistas con ganas de empujones y garrafón.

Ojalá cuajen del todo ambas iniciativas y puedan superar la incomprensión de ciertos vecinos, que mejor harían en quejarse por tantas y tantas cosas que tenemos que tragar los villeneros a lo largo del año en lugar de intentar acabar con unas manifestaciones espontáneas de alegría que apenas duran tres horas y sólo tienen lugar cada 6 de septiembre.

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