La hora de los enanos
Ahora es la hora de los enanos. ¡Ya están aquí, ya llegaron! ¡Cómo se vengan del silencio a que se les redujo! ¡Cómo se agitan! ¡Cómo babean! ¡Cómo se revuelcan impúdicamente en su venenoso regocijo! ¡Hay que tirarlo todo! ¡Que no quede ni rastro de todo lo que se consiguió! ¡Que no permanezca piedra sobre piedra y que arda Troya! El más ridículo de todos los enanos sonríe impúdicamente ante las cámaras sintiéndose respaldado por quien se sabe muy poderoso. Mientras tanto, nosotros, no debemos inquietarnos, ni tan siquiera ponernos a dudar sobre la solidez del suelo que pisamos, pues sigue tan firme como antes.
¡Cambiemos de plano!, subamos a esta azotea desde donde se distingue la dimensión de España y la pequeñez ínfima de los enanos. Han ido pasando los años y nosotros continuamos envejeciendo, seguirán pasando las vidas y toda esta gentecilla, politiquillos y mequetrefes se perderán arrastrados por las aguas hacia el sumidero de las inmundicias. ¿Quién se acordará de los tales dentro de cien años? ¿Quién dijo que sobre los cobardes nada hay escrito? Páginas y páginas. El pueblo español, depositario de la soberanía nacional, saldrá una vez más airoso del trance. Fíjense que ni siquiera escribo victorioso, al igual que sobrevivió a otras monarquías, a otras repúblicas, a otras dictaduras... ¡Benditos los franceses que consiguieron la unión de todos los españoles! El espíritu de la transición, mientras que muchos se dejaban la piel en el intento, no era más que una falacia para los enanos, como ahora demuestran. Aquel ambiente de consenso, de ánimo reconciliador y de superación ejemplar no era más que una farsa para los mezquinos enanos. Durante los siglos XIX y XX los españoles cultivaban ideologías y sufrían con sus estómagos necesitados, lo que propiciaba un inconformismo del que hoy podemos entresacar conclusiones positivas. Ahora es la hora de los enanos, y el pueblo soberano se mantendrá al pairo de lo que decidan los enanos vengadores, que se aprovechan de la falta de valores e ideales y de que las neveras están llenas hasta los topes. Antaño los españoles tocaban a más de una guerra por generación, ¡siempre lo mismo! Nuestros abuelos se tragaron los últimos coletazos de la guerra de África, la Guerra Civil enterita y por poco no les tocó la pedrea de Europa, y lo cierto es que llevamos ochenta años de paz (léase sin guerras), formamos parte de la tercera generación consecutiva y Dios quiera que nuestros hijos continúen con esta buena racha.
Porque algunos no escarmientan. Tras la muerte de Franco todos sacrificaron espuertas de resentimientos en aras de la paz y de la concordia. Los republicanos renunciaron a su sueño, los franquistas se mimetizaron y todos aquellos españoles acataron al sucesor que les encasquetó el Generalísimo, ¿o ya no recuerdan los enanos este nada nimio detalle? Sin embargo los enanos dispusieron concienzudamente las cargas de profundidad que ahora detonan, amagaron los dardos envenenados que ahora escupen. Ahora es la hora de los enanos, la hora de los que no han jugado limpio, la hora de los que cuando la transición exigía lo máximo se guardaron ases y comodines en sus diminutas mangas, la hora de los que pretenden cobrar facturas que estaban perdidas, la hora de los que saben que nunca más les llegará la hora, que nunca jamás tendrán una segunda oportunidad. Ahora es la hora de los enanos, y van a lograr sus propósitos mientras que el enano más ridículo de todos sonríe irónicamente ante las cámaras. Y además porque los españoles lo vamos a permitir.