Apaga y vámonos

La hora de Penélope

Muchos siglos antes de que nuestra Penélope más internacional se pusiera a dar ridículos grititos de histérica en la gala de los Oscars al anunciar la entrega del premio a su querido Peeeeeeedro, otra Penélope pasaba a la historia como icono de la fidelidad conyugal al aguardar durante casi 20 años la llegada de su amado Ulises, que al parecer se había ido de parranda con los amiguetes.
La fiel Penélope pasó todos esos años tejiendo un telar que no acababa nunca, porque lo que tejía por el día lo destejía por la noche, demostrando así la profunda imbecilidad de los hombres –incapaces de darse cuenta de que lo tenían claro con ella– y, lo que es más importante, dando pie, mitología mediante, a todo tipo de grandes metáforas, como la del autor de la primera edición crítica de Rayuela, empeñado en convencernos de que la pretensión de Julio Cortázar no era otra que abrir ante nuestros ojos su libro, mostrarnos sus trucos, para volver a esconderlos y enseñarlos de nuevo diez capítulos más adelante, tejiendo y destejiendo a salto de mata la historia de Horacio y La Maga mientras seguía un Tablero de Dirección que hizo saltar por los aires todos los lugares comunes de la literatura.

Tejer y destejer, hacer y deshacer, nobles tareas las de Penélope… Lo malo, no obstante, es que además de esas grandes metáforas y seguramente muy a su pesar, el mito también ha servido para anticiparnos ciertos episodios burocráticos que finalmente acabarían cruzando el Mare Nostrum y asentándose en Hispania para mayor gloria de Mariano José de Larra e infeliz desdicha de los españolitos, tristemente acostumbrados al “vuelva usted mañana” y formulismos similares enraizados desde tiempo inmemorial en nuestras admirables administraciones públicas.

Miren si no hacia la calle Sancho Medina, una especie de Ítaca en la que lo que una concejalía teje otra lo desteje cinco días después. Tráfico pinta la calle en la que Obras ha anunciado que va a hacer –y de hecho hace– ídem, con lo cual Tráfico ha perdido el tiempo y ha hecho gastar un dinero público que se ha ido atraído por el canto de las sirenas cuando podía haberse ahorrado fácilmente de haber existido algún tipo de coordinación previa, lo cual, irónicamente hablando, se antoja harto difícil teniendo en cuenta que ambas concejalías están dirigidas por el mismo partido. Partido al que, puestos a jugar a hacer de Penélope, le recomiendo que elija otro telar: el trasvase Júcar-Vinalopó.

Como en la tragedia griega, por no perder el hilo, las máscaras han caído. Ya sabemos con certeza quién ha sido capaz de mentirnos, de engañarnos, vendiendo en Villena el discurso del agua buena los responsables de la misma empresa pública que en la Ribera admiten –un pez muerto vale más que mil palabras– que el fondo del Júcar es “verdadero veneno”. Ya conocemos que son capaces de inventar datos y cifras con tal de no admitir que la derogación del trasvase del Ebro fue una imposición política vergonzosamente aceptada. Y ya suponemos que, si nos ocultan los datos sobre la verdadera calidad del agua en el Azud de la Marquesa, es porque no quieren que los conozcamos. Por eso ha llegado la hora de Penélope. La hora de dar marcha atrás, destejiendo todo lo tejido hasta ahora y volviendo al primer telar: el del agua buena, el de Cortes. Porque si Penélope ha conseguido pasar a la historia como icono de la fidelidad a la pareja, nuestra Penélope puede pasar a nuestra pequeña historia como icono de la fidelidad a un pueblo por encima de siglas e intereses partidistas. En su mano está.

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