La inevitable tercera
José María Dols Abellán Manzanares padre es un matador de toros de nuestro querido Alicante a quien admiro, que se halla felizmente retirado después de haber logrado todos los éxitos posibles dentro del ruedo, que disfruta viendo como su hijo está llegando a cotas superiores a las suyas y que cumplió años el pasado 14 de abril, fecha también conocida como la festividad de la II República. Humilde y morosamente felicito al maestro.
Deliberadamente he querido dejar que pasen las efemérides republicanas, aunque no demasiado. Apenas unos días de demora para poder sumarme también a las reivindicaciones pero sin caer en la horterada de celebrar nada que recuerde a aquella II República que no es precisamente el ejemplo que me gustaría sirviese como modelo para la III, que irrumpirá en la historia como La Inevitable.
Es evidente que todos los republicanos tenemos puntos en común y otros de divergencia. Situando el rasero en la parte más baja, estaremos de acuerdo en que la monarquía libertina es sensiblemente más injusta por el simple hecho de que en ella la Jefatura del Estado emana de la Gracia de Dios. Gracia que no disfrutarán las hembras primogénitas si hubiese varón de menor edad.
Subiré de nivel -sin temor a equivocarme- afirmando que en España ya no quedan jacobinos y que la llegada de la III República no iría aparejada del exilio de los miembros de la Casa Real ni de la quema de Iglesias Católicas. La fórmula que yo quisiera es que el Rey abdicase en su hija mayor como muestra de respeto por el artículo 14 de la Constitución y que la última Reina de España entregase la Jefatura del Estado al Parlamento para que se convocasen elecciones a la Presidencia de la República.
Al Rey actual se le deberían agradecer solemnemente tanto su traición a Franco como su actuación durante las jornadas relacionadas con el 23-F, e invitarlo a que continúe viviendo de un modo regalado hasta el final de sus días. Ídem para sus hijos pero abriendo el camino a que los hijos de estos deban hacer carrera en otros lares, aunque gozarían de unas situaciones privilegiadas durante algunas generaciones.
A partir de ahí se bifurcan dos caminos. Al primero se entra dando un paso al frente y al segundo dando uno hacia atrás. O se establece un estado federal exento del saqueo autonómico o se regresa al estado central con su estructura provincial. Ambas opciones tienen evidentes pros y contras, pero me preocupa especialmente el enorme peso que el actual régimen ha otorgado a los nacionalismos excluyentes y que será el gran lastre de cualquiera que fuese el camino a emprender, al igual que lastran al actual sistema.
A pesar de los pesares y de los temores, considero que la monarquía está de más en los tiempos que corren, que un cambio en este sentido reviste una gran complejidad y no puede hacerse de la noche a la mañana. Y sin embargo, esto no debería ser óbice para que comience la Transición inevitable.