La interminable violencia doméstica
En España resultan ya tristemente habituales las concentraciones para solidarizarse con las víctimas y exigir el cese de este tipo de violencia, tan absurda como cruel. Más multitud se concentra si hay cámaras de por medio y mucha más si la infortunada es conocida. Pero lo que es cierto es que por muchas concentraciones de repulsa y por mucha indignación que se genere, esta lacra es una espiral interminable que golpea en cualquier lugar y a cualquier hora.
No son efectivas pues las reivindicaciones si el Estado no modifica mediante leyes la protección a las mujeres (y también hombres) maltratadas. De nada sirven las órdenes de alejamiento, o pulseras con GPS, o advertencias a un acosador, si no hay un seguimiento policial estrecho o un dictamen psicológico que certifique que fulanico de tal es peligroso. Las concentraciones entonces son infructuosas porque cuando se cierra su círculo se abre a continuación otro: el del nuevo asesinato a saber dónde.
La presión en la calle es necesaria, como lo ha sido siempre, pero finalmente todo se decide en un Congreso que apruebe leyes nuevas para prevenir nuevos crímenes o amparar a las personas indefensas y amenazadas. Mas no todo se resuelve por mejores vías judiciales, mayor implicación de los servicios de salud mental (con orden y seguimiento judicial), ni con especiales vigilancias policiales. El problema de fondo es la educación y por tanto debería tratarse este delicado asunto desde las escuelas, y cuanto a más temprana edad mejor.
Existen conceptos elementales que escapan a la observación cotidiana porque no parecen importantes y me refiero a la idea de propiedad. Todo el mundo debería saber que pueden escriturarse solares, viviendas, coches, yates, aviones, islas y todo aquello que sea objeto de una relación contractual de compra-venta. Se compran las cosas y se escrituran en la notaría y después se certifican en los registros de la propiedad, que para eso están. La personas jamás pueden escriturarse porque no pertenecen a nadie, ni el esposo, ni la esposa, ni los hijos, ni los abuelos. Cualquier relación sentimental debe respetar que nadie debe someterse a nadie, porque el vínculo siempre es voluntario y en cualquier momento puede interrumpirse.
Las estadísticas indican que entre los adolescentes españoles se identifican un alto índice de conductas machistas, y esto ocurre precisamente porque piensan que sus novias, sus chicas a veces recién conocidas, son de su propiedad y por tanto deben de obedecer a sus impulsos, no permitiendo en absoluto la posibilidad de que esa persona decida romper o reanudar un amorío con otro. No entienden muchos de estos imberbes, tampoco muchos adultos, que entre las parejas puede haber discusiones, broncas, y litigios que son siempre normales y legítimos, mas estas cosas completamente frecuentes no pueden desembocar en medidas desproporcionadas de agresiones físicas, psicológicas u homicidios concretos; asunto éste peliagudo si no se cambian las reglas del juego, pues muchos agresores justifican su defensa como un repentino calentón, motivo perfecto a sus abogados para apelar perturbación mental transitoria y aquí no ha pasado nada.
Considero necesario que ese concepto universal e igualitario de que nadie pertenece a nadie debería implantarse en las escuelas, no como charlas puntuales y esporádicas, sino como una asignatura de igualdad y no optativa como la religión. Esa asignatura polémica que era la Educación para la Ciudadanía, que un gobierno un día aprobó y pocos la secundaron por esas estupideces que conllevan las competencias autonómicas, podría ser el cobijo perfecto para educar saludablemente a los niños y niñas en todo su periplo educativo.
Para ganar tiempo al futuro se necesita sembrar las bases en el presente, y lo que hoy se pueda concienciar nunca será ni tiempo ni dinero perdido. Por eso coincido y aplaudo la iniciativa de Gloria Poyatos, fundadora de la Asociación de Juezas Españolas, que apuestan firmemente por que se implanten en los colegios asuntos tan elementales como el respeto, la tolerancia y la igualdad.
Quizás, y a partir de esta andadura, participen también los escolares en las concentraciones contra la violencia doméstica, pues ellos son también víctimas de la sinrazón mientras se desmonta el mito de que la muerte, más la producida impetuosamente, sigue siendo tabú.