De recuerdos y lunas

La lección del Infante

No es la primera vez que uno va a darse, a entregarse a corazón abierto, y recibe más de lo que da. A corazón abierto.
En Orihuela se desataba una tormenta morrocotuda. En un santiamén parecía que se caía el cielo. Eran las cinco de la tarde. Siempre llueve cuando hay que recoger a las niñas del colegio. También muchas veces cuando las llevamos de mañana. Pero esto más en invierno. Y ahora es primavera. Que se nota en la Vega en que revienta el azahar. Generoso de abejas.

Aquella tarde llovió con ganas para mojar a los colegiales. Y fue aquella tarde de primavera, llorando fuerte el cielo, cuando había quedado con Joaquín Marín y con Jesús Aledo Leyva para irnos a Murcia a recitar versos de Miguel Hernández. El año hernandiano, conmemorando el centenario del nacimiento del poeta, nos requiere para su memoria y homenaje. Joaquín Marín, lo saben los lectores de EPdV en internet, es quien pone semana tras semanas bellísimas fotos en la edición digital de esta columna. Joaquín es compañero mío en Bigastro. Profesor de Lengua y Literatura, buen maestro de buenas letras y... Nos engriscó para leer versos. Poco le costó convencerme. Quien ha pisado alguna vez los escenarios siente las tablas como imán y nunca dejan de llamarle. Y aún le costó menos cuando me dijo que iba a ser en un ambiente familiar y distendido para alumnos de un Centro de Educación de Personas Adultas: el Infante en Murcia.

Jesús Aledo, que es profesor de Matemáticas en un Instituto de Orihuela, y también magnífico fotógrafo, toca la guitarra clásica con devoción y maestría. De sus dedos y sensibilidades corrió la parte musical de nuestro recital poético y si no fuera porque soy juez y parte de la cosa les diría que gracias a Jesús Aledo resultó maravilla.

La experiencia fue muy hermosa. La profesora Charo Benedicto nos había advertido de la disposición e interés del alumnado que fue público generoso pero... Pero aquello fue algo más que disposición e interés. Fue acogimiento. Entrega plena por la cultura y por saber porque, más allá de nuestra actuación que se quiso como homenaje viajando por la vida y obra del poeta oriolano, estuvo el público, alumnado del centro que se entregó a los versos. Alumnos y alumnas abrieron y cerraron el acto con textos que habían preparado para la ocasión y aquí fue ya donde notamos su voluntad por saber, su querencia hacia las cosas de la cultura que tanto estimamos. También en la atención –hasta diría atención sagrada– durante el recital. Convertido en ritual. En oficio sacro. Excúsese la posible irreverencia de la comparación; pero en origen –origen sagrado– somos palabra.

Entonces, aun sencillo, aquello fue solemnidad. Todo ayudó a todo. El escenario decorado con mucho gusto para la ocasión, la música... Pero sobre todo la atención. La experiencia nos dice que recitar sin empatía –esa complicidad que nos explican los psicólogos con su lenguaje chamánico– puede quedar ridículo. Aquí no. Aquí fue verdadero homenaje para lo que nos importaba: la voz de un poeta que tiene que librarse de todas las cárceles que le hemos puesto, a las que le llevaron sus compromisos en vida, a las que le llevamos los papanatas con los tópicos... Ya hacía tiempo que, y lo siento por si algún alumno mío de ahora se incomoda, no sentía esa apetencia por saber. Esa querencia fundamental por atender entre discente y docente que nos hace crecer a todos. El Instituto Infante, el alumnado de este Centro de Educación para Personas Adultas de Murcia, nos dio una lección preciosa.

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