Vida de perros

La maldición de los ocho años

Como si tratara de cumplir la teoría de la no-indiferente naturaleza, formulada por el cineasta ruso Sergéi Einsenstein, durante esta última semana previa al 27 la naturaleza se ha comportado de un modo extraño y ruidoso: con sus momentos de frío invernal o de calor estival, con sus momentos de viento, de lluvia y de granizo incluso. La naturaleza, en una búsqueda de empatía, de acontecer conforme a la trama actual, ha resuelto la semana de la mano de los noticiarios, de los foros y de las conversaciones sobre política que se daban en la mesa, en el bar o en plena calle. Y ha resultado una semana donde el clima ha ofrecido un comportamiento extraño, confuso, sin regularidad ni decisión final.
Convencido, yo al menos, de la importancia para algunas personas de ciertos resultados electorales debido a sus negocios, ideologías, principios u odios, preferí dirigir mi mirada hacia aquellas personas que no resultaran afectadas por tales premisas y que son más de las que se suponen, si alguien lo supone. Pero no afectadas no significa que no tengan principios o ideología, por ejemplo, sino que éstas no les llevan a inclinarse de forma determinante hacia un partido concreto, mucho menos en el plano local y autonómico, que es el que tratamos en este momento. Pese a observar a dicho grupo no voy, ni puedo, ni quiero, erigirme como su voz –no hace falta recordar que no me dedico a la política–. Y qué es lo que encontré, pensarán. No más de lo que ha habido siempre: desconfianza en la política y en sus representantes. Y por qué, preguntarán, y yo les diría: por su actitud y discurso llegadas las presentes fechas. Como mi amada compañera, o mis queridos padres en su día, uno se pregunta el porqué de ciertas acusaciones así como el sentido de ciertas aclaraciones, uno se pregunta qué esconde aquello que le muestran sin ser necesario, aquello a que se responde sin haber preguntado.

Quizás una de las promesas que más gustó a nuestra España nos la hizo el ex-presidente José María Aznar, y la cumplió a rajatabla, cosa que muchas personas agradecimos. Aquella promesa le obligaba a abandonar la presidencia pasados ocho años de ejercicio. Dos legislaturas que no creo que se determinaran de modo arbitrario, sino respondiendo a la temporalidad necesaria para que un equipo consiguiera llevar a cabo sus propuestas. El corte a que respondería entonces el plebiscito intermedio no sería más que a una oportunidad de interrumpir un gobierno inadecuado, un camino erróneo. Entiendo entonces, desde la maldición de los ocho años, o la bendición de Aznar si lo prefieren, que un equipo de gobierno necesita de dicho periodo para completar su trabajo, y lo entiendo tomando como referente la opinión del personal técnico, así lo creo, que lo valoró. De igual modo comprendo que la interrupción de cualquier proyecto, sea por un motivo u otro, para ponerlo en manos de otro equipo de trabajo supone una importante pérdida de tiempo cuanto menos. Frente a la confianza y permisibilidad que supone otorgar cuatro años más de trabajo a un equipo, encontramos el ataque directo y minúsculo, la fijación en puntos concretos, esos que el mismo desarrollo no permite defender de un modo extenso y documentado debido a las negociaciones en curso que todavía no pueden exponerse, vuelvo a suponer. Proceso que de verse interrumpido será inmediatamente abortado y deberá comenzarse de nuevo.

Siento ver que la valoración del trabajo del tripartito quede relegada a su afirmación frente a la negación de sus contrincantes, pero sé que quien está moviendo las piezas ha seguido trabajando en sus próximas jugadas. ¿Las veremos tras cuatro años más?

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