La mejor tarde de toros
Los queridos lectores no deben tomar el título de esta columna en sentido tácito, pero para el aficionado que desde aquí les escribe resultó insuperable. Fue una tarde de toros que comenzó muy pronto y desde que empezaron las peripecias sobre la organización del festejo estaba claro que la corrida iba a tener más que chispa: un Alcalde de Los Verdes, los celos, el informe técnico ratificando las anomalías del coso, los desvelos de la concejal Lledó, el éxito de la venta oficial de entradas, la columpiada de la venta oficiosa y el precioso cartel de contrastes taurinos.
El más guapo era Francisco Rivera Ordóñez Paquirri, que conforme se iba paseando por el callejón levantaba pasiones y alguna que otra guasa. El más espectacular fue David Fandila El Fandi con su despliegue de facultades y un corazón que no le cabe en el pecho. El más torero de los tres era, fue y será el maestro Vicente Barrera con su profundo y vertical toreo que hizo relamerse a los buenos aficionados.
Vicente Barrera estaba loco por torear en Villena desde que hace años estuvo en la portátil y cortó las dos orejas y el rabo de su segundo proclamándose triunfador con derecho a repetir al año siguiente, pero cuando llegó el momento se encontraba convaleciente de una cornada reciente y se quedó fuera.
Cuando se organizaba el cartel inaugural se lo jugó todo a la única carta que podía posibilitar su contratación pero se topó con una mala sombra y con que yo soy un pintamonas al que nadie tiene en cuenta.
Se encontraba feliz cuando me llamó para confirmarme que iba a torear esta corrida y aceptó mi invitación para alojarse junto con su cuadrilla en Los Narejos la finca de mi suegro durante su estancia en Villena. Fue un honor para la familia.
Así que me encontré con él a la hora del sorteo y rápidamente salimos pitando hacia el campo donde el maestro comió un poco de ensalada y un ligero plato de paella, picando algo de embutido casero, bebiendo agua fresca y un trago de vino. Durante su breve pitanza, el maestro llevó el hilo de la tertulia y en seguida se retiró a dormir un rato.
Puedo asegurarles que se encontraba muy animado y al mismo tiempo muy responsabilizado por el compromiso que iba a tener en unas horas. También algunos de la cuadrilla se fueron echando a descansar cada cual según su costumbre y el resto nos quedamos de palique.
Sobre las cinco de la tarde ya se habían vestido los picadores y se marcharon a la plaza con la ayuda del mozo de espadas, mientras que el matador terminaba de componerse el terno blanco y azabache. Tras unos sencillos ejercicios y estiramientos al aire libre nos dirigimos al coso sin mediar más palabra que los deseos de buena suerte.
Lo que acaeció durante las tres horas de corrida no importa. Ha sido la mejor tarde de toros de toda mi vida.