Vida de perros

La Navidad, ¿viene o llega?

Que viene, que llega La Navidad... Si hay quienes la ven llegar o creen que ya está aquí –nuestros “queridos” centros comerciales–, también hay quienes sienten cómo viene, cómo se acerca y se esmeran y torturan preparando multitud de listas que reúnen conjuntos de lo más variopinto: amistades a las que enviar la típica felicitación navideña, comensales cuya asistencia confirmar para las principales comidas y cenas del período, regalos para familiares y amistades, propósitos para el próximo año...
La Navidad representa también un buen momento, otra buena excusa para encontrar la ciudad dividida: que si a mí no me gustan los motivos navideños, que a mí me parece bien la nueva iluminación, que si en mi barrio también pagamos y no nos han puesto nada, que si el Paseo Chapí revalida el puesto como el parque más triste y siniestro... Vaya, que nos gusta darnos leña en esta tierra, por decirlo de algún modo. Aunque sea por los asuntos más nimios.

Las diferentes opiniones sobre la decoración festiva las hemos podido escuchar estos últimos días en los espacios que ofrecen para tal efecto las radios locales, dejando patente que la opinión existe y que es suficientemente importante como para compartirla públicamente –que no para programar un debate televisivo, digo por si las moscas–. Pero el caso es que yo no entiendo tanta confrontación, siempre he pensado que la decoración navideña cumple perfectamente las tres funciones para las que ha sido diseñada: para que miremos al cielo y no veamos la basura y el pavimento parcheado de aceras y calzada que en otros lugares queda oculta por una navideña capa de nieve. Para que conversemos sobre la estética navideña y no sobre la aprobación del derribo del graderío de nuestra plaza de toros, por ejemplo, de este modo no nos hacemos mala sangre y abandonamos temporalmente los recurrentes temas villeneros. Y por último la decoración de nuestras calles sirve de recordatorio para que tengamos presente que hay que hacer las compras navideñas (cosa que para algunos mortales seguidores del “culto al hacer de los últimos días” resulta una tortura continua). Quizás exista alguna otra función para esta ornamentación, ¿recordar el nacimiento de alguien, pongamos?

Imagino que sí, pero no creo que sea precisamente yo quien deba recordarlo, y quienes deben hacerlo me parece que este año les coge un poco atareados asistiendo a juicios, como el obispo de Granada, o repudiando cierto programa radiofónico emitido por su propio medio de comunicación. ¿Dónde quedaron aquellas si no blancas al menos inocentes navidades?

En algún lugar debe encontrarse lo que se dio en llamar el Espíritu Navideño, tal vez todavía sea demasiado temprano para comenzar a sentirlo y como anticipo llegan las susodichas fútiles discusiones. Con el fin de que ustedes puedan continuarlas desde hoy hasta el día del sorteo –señal inequívoca de que la fiesta comienza– les dejo otros pequeños, tópicos y típicos temas prenavideños: la elección entre Reyes Magos versus Papá Noel o si ambos o ninguno; lo acertado o no de ciertos colgajos en ventanas y balcones: ¿mejor colocar un par de pequeños detalles o mejor montar en el balcón la carroza entera de la cabalgata de Reyes? En cuanto a cotillón tendremos que pensar en adornarnos como para una boda según el rito zulú o colgarnos un elegante detalle de la solapa (yo prefiero sin duda las clásicas gafas con nariz y bigote). Otras posibles conversaciones pueden darse sobre lo que el jefe o jefa ha echado este año en la cesta, sobre el tamaño de la gamba roja o sobre la marca del vino o del whisky que beberemos estos días (del agua... mejor hablamos después de fiestas).

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