Bien estamos, estamos

La pesadilla del 63

En esa cruz se encierra el valor de la voluntad, del esfuerzo, del tesón, del demostrarse a uno mismo que es posible llegar a la meta propuesta…

Sucedió en enero del año en que nacimos. Concretamente en la región neerlandesa de Frisia. El comité de la Asociación Real de las Once Ciudades, tras arduas deliberaciones y dudas motivadas por las adversas condiciones meteorológicas, pero mediando una fuerte presión de los medios de comunicación para que fuera, finalmente acordó celebrar el Elfstedentocht, maratón de unos doscientos kilómetros patinando sobre hielo.

Aquel dieciocho de enero de 1963, de los casi diez mil patinadores que participaron –9.862 corredores precisan algunas fuentes– sólo sesenta y nueve llegaron a meta. Otros dicen noventa y nueve, otros que ciento veintisiete. A saber. Al cabo muy pocos de tantos lo consiguieron.

La prueba consiste en cubrir el recorrido que une esas once ciudades holandesas antes de las campanadas de media noche, partiendo a las cinco y media de la madrugada desde Leeuwarden, capital de la provincia. En cada una de las ciudades y en otros puntos secretos que decide la organización, a los participantes se les sella una acreditación como prueba de su paso. El recorrido es en bucle regresando a la capital.

Antes de la del 63 se habían celebrado once ediciones. La primera en 1909. Después de la del 63, sólo tres más. La última en 1997. Quince en total. No más. Porque la celebración depende de las condiciones meteorológicas, sobre todo del grosor del hielo. Quince centímetros como mínimo. El recorrido, variable según las circunstancias, es sobre ríos, lagos y canales helados.

La del 63 fue la más dura. Algunos hablan de infierno, otros de pesadilla. Dieciocho grados bajo cero. Sensación térmica de frío aumentada por el viento del este, un fuerte viento y abundante nieve en polvo que provocaron fracturas, congelaciones y graves lesiones oculares y pulmonares entre los patinadores. Más de mil fueron hospitalizados. Además, la presencia de hielo agrietado aumentó las dudas sobre la conveniencia de haber convocado la prueba.

La epopeya de 1963 dio para una película que recomendamos: "De hel van 63", dirigida por Steven de Jong. No la conocemos doblada, sí en neerlandés con subtítulos en español. Vale la pena apartar la pereza, quien la tenga, para los subtítulos. Basada mayormente en hechos reales recoge varias experiencias personales de superación. Aquí la lección. Porque la recompensa por llegar en tiempo y forma a la meta no nos movería del sillón: una cruz de Malta con el escudo del Señorío de Frisia con las palabras "Friesche Elf Steden" (Once Ciudades de Frisia). Pero en esa cruz, en el hecho de haberla conseguido, se encierra el valor de la voluntad, del esfuerzo, del tesón, del demostrarse a uno mismo que es posible llegar a la meta propuesta a pesar de las dificultades.

En la película, entre los miles de participantes, destacan cuatro protagonistas. Una enfermera, un granjero, un soldado y un desastre en paro... A cada uno de ellos les mueve, además de la pasión por el patinaje sobre hielo, una motivación personal que consolida el argumento de la película.

El homenaje y generosidad en la figura de la enfermera, la tenacidad –si no terquedad– del soldado arriesgando la deserción, la honradez y el valor del honor en el joven granjero, la voluntad de cambio en el desastre en paro, un personaje modelo de fracaso. —Yo tampoco querría estar casado conmigo –confiesa. Pero en la carrera... La carrera... Personas sencillas en la vida cotidiana con sus tragedias y alegrías, personas que la dificultad convierte en héroes anónimos con las energías suficientes para consolidar y retomar la vida con sentido. Una hermosa lección en el infierno, en la pesadilla del 63. Lección de vida para la vida. Lección.

(Votos: 5 Promedio: 4.2)

Un comentario

  1. ¡Vaya con los nacidos en el 63!
    Primero UN TESORO en nuestra ciudad y ahora UN RETO, aunque sea fuera de nuestras fronteras.
    Entendible que las ediciones se hiciesen acorde con las condiciones meteorológicas y el espesor del hielo, menos mal.
    Es importante lo que reseñas acerca de la «igualdad» entre los concursantes en cuanto a la dureza y el reto.
    Eso me recuerda al Camino de Santiago. Un peregrino me dijo: en el Camino no hay clases sociales, ni diferencias ideológicas ni rivalidades. Si bien a cada uno nos mueve un ideal diferente, todos sufrimos las vicisitudes de todo tipo, las dolencias de las temibles ampollas, los esguinces y las casuísticas de los albergues (municipales o privados). Todo ello se olvida cuando llegas a la Plaza del Obradoiro comprobando que has superado los obstáculos y has conocido a gente maravillosa durante el recorrido.

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