La pescadilla que se muerde la cola del Gobierno Valenciano
Alberto Fabra, como ustedes bien saben, es el actual Presidente de nuestra Generalitat Valenciana. Llegó de hurtadillas desde su alcaldía de Castellón de la Plana para sustituir a Francisco Camps, ese hombre espigado con aspecto de pasado familiar borbónico y sonrisa fácil, pero preso de promesas vanas y que dimitió salpicado por sobornos y trajes de la Gürtel. Recuerdo ahora aquellas palabras de Camps a nuestra paisana Celia Lledó y al pueblo de Villena: Esta Plaza la pago yo
. Camps reemplazó también a otro personaje, Eduardo Zaplana, de igual porte y fachada, pero igualmente fanfarrón como su sucesor, y que se fue a Moncloa dejando a los suyos, a los de su PP, divididos y consternados. También dejó Zaplana una frase célebre en nuestra localidad en plena vorágine electoralista, en esta ocasión con la presencia del entonces alcalde Vicente Rodes: Villena tendrá hospital.
Nada tengo en contra de Alberto Fabra, habiendo tenido ocasión de saludarle como a sus predecesores ya nombrados. No ha caído Alberto en la tentación electoralista de prometer cosas imposibles y no me cae mal en absoluto. El hombre llegó a un cargo infectado de poder y contagiado por ambiciones personales. El corral era un salpicadero y todo el mundo estaba revuelto, hasta el punto de que el propio Fabra se ha visto impotente, una y otra vez, de poner orden, echar a los ya procesados, más que imputados, y restablecer una cordura perdida durante más de dos décadas. El señor Alberto Fabra se encontró a un Partido Popular dividido, donde era imposible equilibrar la concordia entre los que han mordido el anzuelo de la corrupción y la gente honesta que desea reimplantar una necesaria regeneración ética y democrática.
Encontrándose el presidente entre dos fuegos cruzados, no da su energía para más. Incapaz de quitarse de en medio a una lacra de sinvergüenzas intenta, al mismo tiempo, ser leal a un código de transparencia, y no le salen las cuentas. Es incompatible predicar conductas intachables y exigir a los demás la misma responsabilidad ética y no poder echar a la calle a Sonia Castedo o Milagrosa Martínez, por poner algunos ejemplos. Ya costó lágrimas y esfuerzos que se fueran Ricardo Costa, Rafael Blasco, Juan Cotino, Carlos Fabra o Díaz Alperi, por citar algunos de entre la larga relación de imputados. No puede anunciar que en sus listas habrá gente honrada cuando entre las que ahora dirige hay gentes investigadas judicialmente.
Al pobre Alberto, además, le crecen los enanos. Bastante tiene ya con la amenaza de las conspiraciones internas en su partido, con los chorizos que no se van, con las presiones que recibe de familias políticas que, encima, el ministro de Hacienda del Gobierno de la Nación, el señor Montoro, le hace la vida imposible. No se puede gobernar ningún gobierno, aunque sea Autonómico, sin liquidez en las arcas; y resulta que la deuda de la Comunidad Valenciana es, junto a la de Cataluña, la más alta del Estado español. Así se comprende que la evaluación de calidad de los centros educativos suspenda la nota, que la Ley de Dependencia quede en un viejo recordatorio, que las inversiones en las tres provincias persistan como un anhelo o que la propuesta de crear empleo haya muerto también en un suspiro.
Es imposible del todo realizar sueños y programas sin dinero y, no habiéndolo aquí, se lo niegan también en Madrid. En este punto entra el cinismo del Gobierno Central que, sabiendo que en Valencia no tiene el Consell maniobra milagrosa, no hace nada para remediarlo. Piensa Rajoy que el problema radica en Alberto Fabra, como que no engancha, y se equivoca. Se lo quieren quitar de en medio y poner otro candidato con más tirón, aunque tampoco es fácil. Suena una tal Isabel Bonig para encabezar las listas, pero nadie la conoce.
La cuestión no es quién lidere un proyecto, sino con qué medios económicos contará. Sabiendo que perderán alcaldías y el gobierno autonómico, no sé a qué esperan para reflotar a un barco absolutamente hundido. Aunque yo, hagan lo que hagan, seguiré votando a la izquierda. Pura vocación.