El Volapié

La Piazza Villena

El verano, aparte de ser asqueroso por el calor, nos ofrece estupendas oportunidades para viajar y disfrutar otros horizontes que nos confirman que hasta en la mejor travesía, lo mejor de la singladura es el regreso a casa. La generosidad de mi hermano me ha llevado este año a Sicilia, donde hemos disfrutado de unos extraordinarios días de descanso. Quien tiene un hermano tiene un tesoro y quien tiene un hermano como el mío tiene además la Gran Vía.
Su éxito clamoroso en el trabajo le ha servido para regalarme uno de los mejores viajes de mi vida. A pesar de los pesares, pues no ocultaré que volar me asusta demasiado. Embarcar en un avión me da tanto pánico que la víspera no duermo. Y en esta ocasión han sido cuatro las veces que he tenido que pasar por la rampa mientras me asaltaban imágenes con bolas de fuego y funerales. Expresarlo me ayuda a combatirlo como a José Manuel Soto cuando canta a esta misma fobia, que lo cómodo sería no subir al avión y afuera los sustos, que el valor no es la ausencia del miedo sino su superación, dialogando con él como hacía Juan Belmonte frente al espejo del hotel antes de irse a la plaza.

En Sicilia viven austeramente y no falta quien busca las razones en la actividad de la mafia. Es espeluznante pasar entre los monolitos que recuerdan el lugar exacto donde el juez Falcone fue asesinado por los terroristas en 1992. Las viviendas, los parajes, las carreteras y los hoteles son muy modestos. Tanto que a todos nos traían recuerdos muy próximos con sabor a una España de hace poco y que persiste en algunos rincones. Palermo, Monreale, Cefalú, Marsala, Catania, Agrigento, Siracusa, Etna, Lipari, las Islas Eólicas con el volcán Stromboli frente al paso de Messina…

Desde que los griegos descubrieron que todo Palermo era un puerto, en Sicilia han estado todos cuantos pueblos han sido. Mestizaje cultural parecido al de España. Cartagineses y romanos se enfrentaron en el sur con grandes episodios de las Guerras Púnicas, luego llegaron los bárbaros del norte de Europa, y después los moros desembarcaron en Marsala un siglo después de la batalla del Guadalete. Más tarde el Papa encargó a dos mercenarios normandos la reconquista de la isla para la cristiandad, naciendo el reino de las Dos Sicilias. Tras ellos los españoles, Austrias y Borbones, que gobernaron durante cuatro siglos. Después desembarcó Garibaldi para emprender desde el ayuntamiento de Palermo la unificación de los estados italianos en 1860. Por último se recuerda el asalto de Patton y Montgomery durante la II Guerra Mundial.

Lo que más nos sorprendía de Sicilia era que no nos habíamos encontrado con nadie de Villena, lo cual parece imposible porque villenenses hay hasta en la desembocadura del Orinoco. Y fue precisamente en Palermo, al poco de que surgiera este comentario, cuando nos encontramos en medio de la Piazza Villena, situada en el barrio de los Austrias. Una plaza pequeña que estaban restaurando, delimitada por cuatro chaflanes en cada uno de los cuales se alzan sendas estatuas de mármol que representan a Carlos V, Felipe II, Felipe III y Felipe IV. Toda una sorpresa. Al parecer su nombre se debe a un Virrey apellidado Villena. El guía no conocía más detalles, pero por curiosidad intentaré tirar de la hebra. Además estoy seguro que si este dato tiene que ver con nuestra ciudad, ya habrá quien haya desmenuzado la historia.

En la despedida, Salvatore Baresi nos otorga el máximo reconocimiento siciliano, que a partir de ahora me convierte en Don Paco. Y a mi hermano en Don Pablo.

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