De recuerdos y lunas

La primera piedra

Si después de la tarea de tallar con mayor o menor éxito nuestras palabras no vemos que saltan esquirlas que pueden herir a personas, más vale que recojamos las hormas y nos retiremos a hacer papiroflexia con el papel desusado. Si detrás de nuestras palabras que pretendemos prado no vemos las ortigas que pueden afectar a las gentes y sobre todo a los niños que dándose volteretas por las hierbas o buscando una pelota perdida entre arbustos se irritan con ellas, más vale que sólo afilemos los lápices para generar no más que virutas. Si detrás de nuestra voz que queremos flor no prevemos las espinas que pueden clavarse en otros, más nos vale que diluyamos la tinta en el agua para que agitándola conforme figuras caprichosas que nos entretengan por entretenernos. Si no sabemos que detrás de la tarea de lijar los conceptos quedan siempre astillas que pueden incrustarse en los dedos inutilizándolos para las caricias, más nos vale que abandonemos el corte y dejemos en barbecho los folios. Si ignoramos que en la fricción de las letras pueden surgir chispas que volando incendien un bosque, más vale que ocupemos las manos en hacer puñetas. En definitiva, si escribiendo no somos conscientes de que podemos herir, más vale que no escribamos. Porque la noble tarea es pistola cargada en manos de niño.
Y escribe esto quien reconoce que ha sido muchas veces duro, muy duro, en estos años de afición –si veintiséis años escribiendo es sólo afición– poniendo negro sobre blanco lo que siente y preocupa su cabeza. Años de "Coses nostres", de "Ex abrupto", de "Desde la Ocarasa" y… De tantos escritos sueltos en periódicos manifestando inquietudes y esperanzas, como ahora recuerdos y lunas. También desesperanzas. Sí, escribe esto quien pretende seguir diciendo, con aspereza cuando sienta las asperezas y con ternuras cuando sienta las ternuras, lo que piensa de las cosas que pasan, lo que anhela de las cosas que pueden pasar. Esto de no cansarse por vergüenza de ejercer un oficio que en ocasiones, como las que dictan estas palabras, avergüenza.

Porque nuestras palabras, esas que necesariamente nacen desde la libertad, pueden ser piedras que lapidan a gente. Por ello, hay fronteras que no deberíamos traspasar nunca. Así, si en lo público, si en lo político, cabe atacar ideas y acciones que desde nuestra perspectiva podemos considerar inadecuadas, nunca cabe de lo privado. Aquí, en lo personal, si no apreciamos la piel y la carne y el corazón del otro, los ojos que nos miran y el aliento que vive y se mueve en el otro para decirnos "hola" y "adiós" y... "Nos tomamos un café" y... "Estoy triste" o "estoy enfadado"... Si no vemos esto, hemos perdido al hombre. La hemos cagado porque nos hemos muerto como prójimos. Y tendríamos que llorar por no haber aprendido nada, absolutamente nada, del Cristo: "Quien esté libre de pecado…". Tampoco del rey solitario que encontró el Principito en el asteroide 325: —Te juzgarás a ti mismo —le respondió el rey—. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si consigues juzgarte rectamente es que eres un verdadero sabio.

Hemos convertido la sociedad –nos lo enseñan las teles– en una asquerosa ventana indiscreta, en un repugnante patio de vecinos sin visillos, donde el cotilleo cuelga en los tendederos de sol a sol, de luna a luna. Sin respetar lo sagrado de la intimidad, el Sancta Santorum de lo personal impenetrable. Nuestros hocicos se han ejercitado demasiado en olisquear entre los intestinos. Como los hocicos de la más carroñera hiena.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba