La Rockola de Fernando
Fernando, el de la Rockola, es un tipo simpático, con un corazón tan grande como su propia humanidad física, campechano, preparado siempre para regalar una sonrisa aunque el día esté torcido y para iniciar cualquier conversación que se tercie. Hombre muy amigo de sus amigos y muy devoto de su familia, no siendo necesario que esté entre mi íntimo círculo de amistades para considerarlo una buena persona, pues doy fe de ello en mi etapa de vecindad compartida. Amigo en Facebook, siempre saluda las mañanas con una corta frase y colgando una canción, una fotografía o un comentario de actualidad, se encuentre en nuestra ciudad o en cualquier rincón de España por motivos de trabajo.
Cualquiera que le conozca lo relaciona con ideología conservadora y políticamente de derechas, no siendo esto un defecto, sino un valor; al igual que mi corazón político está en la izquierda, más allá del PSOE, y nadie me conoce por una persona radical e incendiaria, sino todo lo contrario. Escrito esto, el motivo de esta columna es realizar, por una parte, un cariñoso homenaje a esta persona tan popular y por otra, discrepar con algunas manifestaciones suyas, también en Facebook, pero de forma igualmente amable y lisonjera.
Afirma Fernando que el Gobierno español está haciendo las cosas bien aun tomando medidas impopulares pero necesarias. Y además instituciones y gobiernos europeos apoyan y aplauden las decisiones de nuestros dirigentes porque vamos por el buen camino. Intuyo que la hoja de ruta que nos están imponiendo desde Europa con la bendición de Rajoy es una trampa, pero con dosis de sedación para que seamos sumisos y los varapalos nos duelan menos. Porque me temo que los gobiernos neoliberales están obsesionados, desde que estalló la crisis, en ceder a las presiones de los avariciosos, crisis que éstos crearon, para proteger los intereses ambiciosos de quienes quieren obtener más beneficios, no para amparar a los normales ciudadanos.
Pongo como ejemplo ficticio al propio Fernando, un excelente profesional que lleva años dedicando toda su energía para la empresa a la que trabaja. Supongamos que un día sus jefes le presentan una carta de despido y Fernando no entiende el por qué de esta insensata decisión. Tiene carisma para la labor que desempeña, tiene experiencia y tiene aptitudes para el cargo. Es un gran competente y no comprende que quieran prescindir de él. Sin embargo la empresa le dice que muchas gracias por sus servicios pero que han encontrado una persona que, aun con menos experiencia, va a realizar su trabajo con costes mucho más económicos y con peor contrato, porque es mucho más joven.
Fernando se indigna y se cabrea y presenta una demanda por despido improcedente, pero el juez da la razón a la empresa porque existe una Reforma Laboral que favorece a la compañía, argumentando que por motivos económicos y razones objetivas deben prescindir de Fernando. Le indemnizan muy por debajo de lo que tiene derecho por esas mismas razones objetivas y además tienen una larga cola para sustituirle con gente joven, aunque menos formada.
Fernando se va al paro con cincuenta y tantos años y no encuentra colocación porque no hay trabajo y, en caso de encontrar algún empleo, ya es precario; es decir, a tiempo parcial y con el salario mínimo interprofesional. 600 euros que el pillo de su nuevo jefe le vuelve a engañar, pues le reduce la jornada unas horas y ya son 400, por lo que ese salario mínimo no deja de ser otra trampa mortal para el trabajador. Un día el empresario le pone de patitas en la calle porque se acabó el contrato y empleó a otro más barato y Fernando vuelve al paro. Al cabo de dos años sólo percibirá 400 euros de subsidio y, antes de la edad de jubilación, quedará sin ningún tipo de ayuda y prestación.
Y Fernandos hay muchos, y Juanes, y Josés, y Consuelos y Virtudes condenados a vivir mucho peor porque unos sinvergüenzas sin escrúpulos y unos gobiernos a sus pies quieren ganar más dinero. Y este asunto tan espinoso, querido La Rockola de Fernando, ya no es una guerra entre derechas e izquierdas. Es un permanente debate entre la dignidad o la humillación, entre reclamar lo justo o dejarse atropellar, entre reivindicar el sentido común o barra libre para los codiciosos, entre que los ciudadanos de una sociedad no pierdan recursos o que otros se los roben.
Y por muchos brotes verdes de recuperación económica nada de nada será igual. A no ser que las Reformas Laborales contemplen el lado humano de las personas que trabajan o dejaron de trabajar. Un abrazo, Fernando.