La Rockola de Fernando

La Rockola de Fernando: De Olimpiadas y miopía

Paso algunos momentos de estos días de relajo y tranquilidad, viendo las Olimpiadas de Brasil, ese país en el que por unos días me da la impresión de que es como aquella Cenicienta del cuento, que por unas horas fue la reina del baile.
Debo reconocer que no soy un gran seguidor de eventos deportivos, aunque también casi todos estaréis de acuerdo conmigo en que el menú de deportes que se retransmiten con asiduidad en la televisión, no es demasiado variado y se centra sobre todo en aquellos que dejan una ganancia económica y que ya todos sabemos cuáles son. Tal vez por eso sigo (más o menos), el desarrollo de los juegos olímpicos, ese invento del barón de Coubertin y que hace posible, desde el 24 de marzo de 1896, que cada cuatro años se reúnan atletas de todo el mundo en un ejemplo, corto ejemplo, de confraternización entre países de todo el mundo.

Así pues, me encanta la gimnasia rítmica, las carreras cortas en las que Bolt domina el panorama de largo, los diferentes lanzamientos. Me gustan esos saltos de longitud en los que los atletas, por momentos, parecen volar, y también los de altura y pértiga, en los que se desafían las leyes de la naturaleza, yendo en contra de la ley de la gravedad y alcanzando alturas imposibles para los comunes mortales.

Son, en fin, momentos relajados y de diversión sana, momentos en los que uno se siente, tal vez más que en otros, orgulloso de su país, a pesar de que hay elementos que o bien no saben donde están o bien no saben cuál es el significado de las Olimpiadas. Me refiero a esos pseudoespañoles, o mejor dicho, españoles descastados, que olvidando que es España quien participa en esa lid universal, aprovechan el evento y sobre todo, el televisado del mismo, para hacer gala de su miopismo político y de su espíritu trasnochado de revolución perdida al lucir esas banderas separatistas. Ikurriñas y esteladas que en mi humilde juicio no pintan nada ahí y que nos distinguen del resto de espectadores, que suelen lucir la bandera del país al que representan.

Considero que una estelada, con toda la carga que lleva detrás de odio a España y con esas ansias que demuestra de no querer ser parte de este gran país, sobra en un lugar a la que nadie la ha invitado. Por supuesto que quien la luce demuestra una cortedad de miras tremenda y una falta de respeto a España y al movimiento olímpico que no merecería más que ser expulsado de las gradas en el momento sacaran a relucir ese trapo que ellos llaman bandera y que tan solo es símbolo de desunión y de enfrentamiento. Y lo mismo vale para esa ikurriña que los miserables etarras consiguieron se viera más como una enseña a favor del terrorismo que una bandera regional de aquellos vascos que al igual que el resto de españoles, quieren seguir siéndolo y quieren que reine la paz.

Aunque el colmo de la boutade se produce cuando alguno de los atletas, después de estar representando a España, después de estar recibiendo dineros y formación, a la par que entrenamiento, por parte de España, dicen que ellos no se consideran españoles o que competirían mejor para su comunidad autónoma.

Lo de los de las banderas, clama al cielo, pero dejando aparte el hecho de la incongruencia del momento, imagino que harán uso y defensa de su libertad de expresión, esa libertad que impide rotular tiendas en castellano en Cataluña, por poner un ejemplo.

Lo de los atletas, eso sí es arena de otro costal y creo que debería haber una respuesta contundente por parte del Gobierno, anulando sus becas y sus apoyos de todo tipo y a partir de ahí que se busquen la vida como puedan y, por supuesto, que miren a ver donde se nacionalizan para poder competir en las próximas olimpiadas o en cualquier competición donde quien participa es España, no Extremadura, Cataluña o Vasconia. Ya está bien de aprovechar los impuestos de los que creemos y defendemos la unidad de España para, a la mínima de cambio, sacar el colmillo independentista a y alumbrar cualquier soflama separatista.

Mientras, Nadal, ejemplo de deportista, miraba con sorna y rabia a aquel descerebrado y su estelada, y es que Nadal, siendo mallorquín, sabe lo que es ser español y sabe lo que es España.

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