La Rockola de Fernando

La Rockola de Fernando: Vacaciones

Se levanta a las 8 de manera regular, tan solo una hora antes de lo que lo haría para ir a trabajar, pero es la única forma de que el baño no esté ocupado por su pareja y que esta no le meta prisas.
Tras el aseo matutino, coge las toallas y con un "te espero abajo" sale de la habitación y se dirige pesadamente hacia el ascensor. Como no es el único en hacerlo a esas horas, le toca esperar más de lo aceptable a que el elevador pare en su planta, pero es un hotel de tres estrellas, está relativamente cerca de la playa y para el precio no está mal, además de que no le apetece bajarse los 12 pisos andando. Son cuatro personas en pensión completa con el famoso todo incluido, aunque ya ha ido descubriendo que ese "todo" era menos.

Se dirige a la recepción y, como de costumbre, ya no queda ningún periódico, así que tendrá que esperar a la marcha hacia la playa para comprarlo. Mientras, va caminando hacia la cafetería a por ese café que no entra en el "todo incluido". Allí en la barra se encuentra con otros hombres que también tienen el oficio de maridos y que, como él, toman ese café en silencio y casi sin apartar la vista de la taza, como si fueran una de esas viejas cubanas capaz de adivinar el futuro leyendo los posos del café. Después sale hacia la calle para fumarse ese cigarrito de la mañana que tan bien le sabe, mientras recuerda esa noticia de hace algunos días en el periódico que anunciaba la posibilidad de que algunos municipios se declaren libres de humos y prohíban fumar en la calle. Mientras fuma contempla a los pocos viandantes que a esas horas pasan por delante, son casi todos jubilados que van cargados con las tumbonas, la sombrilla y las toallas, ávido el paso con el fin de poder pillar un puesto en la primerísima línea de playa. Antes solían dejar la sombrilla puesta todo el tiempo, pero los consistorios han ido cercenando esa insana costumbre de acaparamiento del espacio público, como si en lugar de playa, aquello fuera un camping arenoso por parcelas.

En esos pensamientos, nota que una voz familiar le llama. Es la "parienta", que con una toalla en la mano le conmina a que vuelva al hotel: Pepe, ves a la piscina y deja la toalla en una tumbona, que la nena no quiere ir a la playa, luego vente al comedor que te esperamos en la puerta. La nena tiene 17 años, repetía curso y le han quedado siete para septiembre, aunque ya ha dicho que no se va a presentar, que ella lo que quiere es trabajar e independizarse, como si conseguir trabajo ahora fuera cosa de salir a la calle y volver con uno y como si los sueldos de los jóvenes dieran para esa independencia. Pepe, con la obediencia aprendida tras muchos años de matrimonio, coge la toalla y se dirige hacia la piscina, donde ve que ya hay muchas tumbonas con una toalla desplegada encima, a pesar de que ni la piscina está abierta ni hay nadie allí. Bueno, si hay, esa camarera tan simpática del chiringuito piscinero, que tiene un buen par de tetas y que siempre le atiende con una sonrisa muy grande. ¡Ay, si yo tuviera 20 años menos!

Tras desayunar y pasar, como todos los días, por la vergüenza de ver como su mujer se avitualla de bocadillos para la playa, a pesar de los numerosos carteles de "prohibido sacar comida del comedor" y de la mirada de algún camarero que se da cuenta, con sus dos sillas playeras, su sombrilla y su periódico ya comprado, se dirigen al padre Mediterráneo. Allí, lo de todos los días, la primera línea ya copada, la segunda como que también y su mujer con la cantinela de todos los días: si es lo que yo digo, hay que venir antes. Pero Pepe ya no la escucha, por unas horas y mientras su consorte se tuesta, vuelta y vuelta y más vueltas al sol, el se leerá el periódico como todos los días, quitándose seguro la arena que más de una vez le arrojará algún niño al pasar corriendo hacia el mar. Después se dará un paseo por la orilla, solo, mojándose los pies en el agua, mientras busca ojo avizor, agazapado detrás de las gafas de sol, esos pechos en topless que después serán motivo de conversación en el trabajo. Se acercará al chiringuito a tomarse una cañita servida en vaso de plástico y hasta la hora de volver al hotel a comer, que para eso ha pagado el "todo incluido", pensará en otros veranos, otras playas y otros años, cuando las vacaciones no tenían horarios, ni él barriga, ni las chicas michelines. Cuando se podía besar en cualquier sitio y fumar también y cuando nadie le decía a donde tenía que llevar la toalla.

¡Pepe, vamos recogiendo que nos vamos! Y Pepe, todo obediencia, recoge en silencio mientras asoma una sonrisa a sus labios: mañana se terminan las vacaciones.

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