El Diván de Juan José Torres

La tripulante olvidada

Dijo una vez un hombre, muy amante del mar, a su esposa: “¿Sabes muñeca? Estoy contento porque soy un personaje admirado en el mundo de los negocios y muy reconocido socialmente. Si esto no se detiene, porque va viento en popa y la crisis no me roza, tengo otros exitosos asuntos entre manos, como tú ya sabes”… “Me siento como el capitán de un barco. Manejo las mareas y las tormentas que se avecinan, estudio mis movimientos con precisión, calculo minuciosamente los próximos pasos, desafío a las coordenadas, controlo la brújula, dirijo como nadie el timón y la vida la tengo planificada como el mejor marino en su cuaderno de bitácora”…
“Cuando es necesario retrocedo hacia la popa para ver las estelas que he dejado atrás. Me desplazo con ligereza a babor, que como bien sabes es el lado izquierdo, cuando las circunstancias lo requieren; basculo a estribor, que es la diestra, cuando cambian los vientos y, sobre todo, vida mía, me encanta recostarme en la proa, porque desde allí lo diviso todo, el horizonte a mis pies, y me siento tan dominador que me reconozco como el dueño de mis sueños y todos los destinos que invente. Elijo la velocidad que me da la gana y devoro las millas que se me antojen y hagan falta”…

“Me gusta controlarlo todo y estoy seguro, lo juro por mi vida, que tú y yo llegaremos lejos; es más, alcanzaremos todo aquello que nos propongamos”… “Nadie me tose en mi casa y nadie me sugiere en mi barco”.

Y tras el monólogo, para nada altruista y generoso, sino insolente e inmodesto del marido, la mujer contestó:

“¿Lo controlas todo? ¿Lo abarcas todo? ¿Y yo? ¿Te ocupas acaso de mí? Resulta tan vital para ti gobernar todo lo que te rodea que ignoras lo más importante, que son las personas que tienes al lado”… “Me olvidas a mí, tu ser más cercano. Y sin embargo soy tan menuda y tan pequeña que no mido más de 1,65 de eslora”.

Cada 25 de noviembre se celebra el Día Internacional contra la Violencia de Género y todo empieza aquí, en retazos de conversaciones como ésta. Monólogos sin discusión donde el rol del machote no concede tregua alguna. Planifica sin consulta, piensa por los dos, decide por todos y ordena lo que piensa. Siente sólo por él y en ese sentimiento ya va incluido el sentir de su pareja, se apropia de los sueños de su compañera, usurpa sus ilusiones, monopoliza sus pensamientos y aborta sus dudas. No hay nada más que hablar y lo que él diga está bien, porque para eso es el patriarca de su casa y su barco.

El dominio crea sumisión y, con el tiempo, miedo. La imposibilidad de rechistar, debatir o siquiera contestar es un asunto cada vez más complicado, hasta el punto que cuando la acompañante quiere reivindicar su propio espacio ya es demasiado tarde. Amordazada y silenciada le será inútil cualquier pretensión de recuperar la autoestima y quedará subordinada a los caprichos o voluntades de quien manda. Cuando se establece el temor se entra en una segunda fase más temeraria todavía: la de no contradecir jamás y soportarlo todo. Cualquier antojo, deseo, amenaza o chantaje se convierte en barra libre y la indefensión queda a la suerte de la benevolencia u hostilidad del hombre. A partir de aquí puede pasar cualquier cosa, como levantar la mano, elevar el tono de voz o, lo que es peor, la agresión física. El pavor a la denuncia queda en un simple pensamiento, pues la advertencia de que si se va de la lengua sufrirá un maltrato mayor, la detiene.

Si el cobarde degenerado que abusa y somete a su pareja piensa que es de su propiedad se equivoca. Si es ella quien lo cree, también; pero será cómplice de sus miserias.

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