El Volapié

La última plataforma

Las páginas que conforman la Revista de Toros de esta semana han estado a punto de convertirse en monográficas sobre la Feria de Abril y lo mucho bueno que por allí está sucediendo, ya en plena semana de farolillos. Si no fuera porque parecía que se había acabado la Pascua y porque con las lluvias del pasado fin de semana, se fueron al traste dos festejos taurinos que se iban celebrar cerca de Villena.
Sobre la corrida de Bocairente nada más se supo y la de Alcoy se suspendió porque quedó impracticable el ruedo de la plaza de toros portátil. El festejo había sido organizado por el veterano y prestigioso Club Taurino de Alcoy en colaboración con el Ayuntamiento, y estaban anunciados a los diestros Víctor Puerto, César Jiménez y Joselito Adame con ganado de Martín Lorca. Una pena que el mal tiempo haya vuelto a dar al traste con las ilusiones de los buenos aficionados alcoyanos, que tienen mucho mérito y no deben desanimarse.

Y no habiendo toros nos fuimos a coger caracoles en un ratico que el sol del domingo por la tarde animaba a ello. ¿Les gustarán a los antitaurinos los caracoles chupalanderos? ¿Preferirán acaso los serranos?, porque nadie podría comprender que se pirraran por los zapudos. Cuando se ponen a sacar las mollas con el palillico, ¿se darán cuenta los antitaurinos de los enormes sufrimientos que han tenido que padecer estos animales hasta llegar al plato? ¿Se puede alguien figurar lo terrible que ha de ser la muerte dentro de una olla de agua hirviendo?

¿Pero cómo van a sufrir los caracoles? Pues sí señor, sufren y mucho. Los caracoles se crían en los campos y viven en libertad, a sus anchas y sin prisas, con toda la vida por delante. Tienen una ídem regalada y se solazan gracias a su condición hermafrodita que les permite alcanzar cotas de hedonismo que no resultan imaginables para los seres humanos. Y un buen día de primavera se pone a llover y luego sale un sol precioso. Los cazadores de caracoles toman sus atavíos, sus bolsas de plástico y comienzan a recorrer los cotos y las dehesas. Los caracoles ponen en este punto fin a su libertad y comienzan el trágico final de su vida. Unos poco afortunados serán conservados en el interior de un huso de esparto acolchado con romerico, pero el resto pasarán directamente a un bote con agua en donde sacarán completamente sus babas y mostrarán el trapío. De ahí –bien engañados, vivitos y coleando– pasarán a la olla hirviente donde se retorcerán de dolor torturados hasta la muerte.

¡No a la tortura de los caracoles! Impulsemos una plataforma democrática en pro de la vida de los caracoles, ¡basta ya de tortura! ¿Y los bogavantes? ¿Hay derecho a que se torture de similar modo a los bogavantes? ¿De verdad que no podemos lograr una sociedad más civilizada?

¿Se puede ser activista antitaurina y al mismo tiempo conductora temeraria? Ya lo creo que se puede, ya lo creo.

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