La universidad de la vida
La mejor universidad que existe es gratuita, pública y universal y está a nuestro alcance; y es la mejor para cada cual porque es personal e intransferible. La vida misma es el único laboratorio particular donde no existe el profesor tutelar de turno, cada uno es su propio maestro y único alumno para que, a través de una serie interminable de ensayo-error, avancemos en el arte del aprendizaje. Dicen que nuestra especie humana es la única de entre otras familias que tropieza dos veces en la misma piedra, aunque dos veces me resultan escasas; sería mejor contar dos mil veces un traspiés en el mismo y engorroso adoquín y podría suceder que necesitáramos siete vidas, como suele decirse que tienen los gatos, y no dar pie con bola.
A veces cuando necesitamos aprender ya es demasiado tarde, en otras ocasiones creemos haber aprendido la lección y cometemos otro error y sucede también que morimos en los reiterados intentos de mejorar sin conseguirlo nunca. Es frecuente hacer daño a terceros sin intencionalidad alguna, simplemente por no saber transmitir bien los mensajes, lo que luego conlleva a malas interpretaciones. Ocurre asimismo que ocasionamos ofensas cuando nuestra pretensión era proteger y sólo el causar dolor con premeditación y alevosía corresponde al círculo de los psicópatas.
Al respecto, explica la filosofía budista que el karma, esa energía invisible que se genera a partir de los actos de las personas, puede resultar positivo si la intencionalidad de la acción es buena, aunque se cause daño; y al contrario, determinadas obras aparentemente benévolas pueden potenciar karma negativo si la intencionalidad no es pura ni noble. Como botón de muestra la generosa limosna: si se da para aliviar con sinceridad al pobre desgraciado tendremos karma positivo; si se entrega el donativo para que nos vean los demás y aumentar nuestra autoestima social y públicamente, el karma será negativo. Porque se trata de la intencionalidad más que de la acción en sí misma.
Aun así, soy escéptico en estas cosas porque me declaro agnóstico. Por tanto, no me consuelan los mensajes positivistas porque en nuestra cotidianidad diaria tropezamos continuamente de nuevo; por más que las intenciones de causar el bien se nos reboten en contra por cualquier ajena circunstancia. No obstante hay que seguir intentándolo, procurar ser mejores personas, intentar no provocar agravios ni ofensas aunque muramos nuevamente en el intento. Desde luego que, en todo caso, no sigan mis recomendaciones porque soy un cúmulo de imperfecciones y torpezas, pero lucho por sobrevivir agarrándome a la dignidad que a veces se escapa sin darme cuenta.
Cuando mis hijas eran pequeñas acostumbraba a decirles que la inteligencia no se mide por los estandarizados test que pautan las convencionales corrientes pedagógicas. La verdadera inteligencia se sondea en la adaptación al medio, generalmente hostil y circunscrito permanentemente en ambientes de competitividad, insolidaridad, exclusión y egoísmo, absorbidos todos en una jungla de locura y ambición. Afortunadamente parecen, a día de hoy, inteligentes, porque siguen siendo luchadoras con la bandera de la honestidad. El caso es no sucumbir, no rendirse ante las continuas amenazas de claudicar el respeto y la elegancia para obtener una mayor consideración a base de codazos, para aposentarnos en mejores escalafones de vida.
Ahora mismo, a la vuelta de la esquina, arrancaremos otra hoja del calendario, la última de este año. Estrenaremos otro nuevo, llamado 2018, con las mismas incertidumbres, las mismas preocupaciones, las mismas eternas dudas de si nos volveremos a equivocar en lo mismo de siempre, pero con la ilusión de salir airosos del envite. Con menos fuerza por ser más viejos, con más experiencia por ser más maduros; deseando salud para navegar en el temporal y soportes amigos para no naufragar.
Sólo espero que, pase lo que pase y ocurra lo que ocurra, no desesperemos. Da igual si aprobamos o no la Universidad porque, al fin y al cabo, la verdadera, la de la Vida, es el Máster más complejo que existe y que nos pone a prueba todos los días. El reto continúa y el ensayo-error seguirá siendo el único método de trabajo, pues jamás habrá que esperar una varita mágica ni obras milagrosas que nos resuelvan el destino.