Lamentable embajador y Rey embustero
El Rey ha pedido perdón, como los niños de antes, cuando eran sermoneados en los colegios. Se ha disculpado con esa sensación de quienes son pillados in fraganti. Sus defensores objetan que ya es mayorcito para hacer, en sus días libres, lo que le plazca. PP y PSOE también aceptan sus excusas y además enaltecen su humildad al reconocer públicamente sus errores. La primera vez en la Historia que un monarca confiesa sus torpezas, dicen coincidentes los bipartidistas porque casi siempre piensan lo mismo. Hasta Rajoy le ha ensalzado como el mejor embajador de los españoles.
Pero resulta que el mejor diplomático, ese que con tanta solemnidad seduce a don Mariano, no me representa. Tampoco a los millones de parados, los mismos que perdieron dignidades en los trabajos y a los que sobreviven con empleos temporales. Es imposible que personifique a una mayoría si tropieza subiendo escaleras, si resbala bajando peldaños, si se lastima la cara con sus trastabillas en las puertas de palacio, si sus hobbys son los cruceros, el esquí o la caza mayor, lujos inasequibles a las clases poco afortunadas. Su alto coste a las arcas públicas para un papel tan mediocre en los protocolos y su escasa psicomotricidad espacial no son para tirar cohetes.
Aparte, sus discursos oficiales se los escriben, razón de más para pensar que su particular formación en institutos y universidades de élite de poco o nada sirvieron. Nada me importa que no se lleve con la reina Sofía, ni tampoco que se vaya a reservados picaderos para dar rienda a sus instintos más naturales y primitivos, pero sí me interesa cómo gasta el dinero público que se le paga, con quiénes se reúne y por qué, qué actividades ocultas tiene y quién le costea sus numerosas visitas a los quirófanos privados. En defensa de Juan Carlos I aluden sus protectores que en su tiempo libre puede hacer lo que le plazca y que tiene derecho a sus vacaciones.
Sí. Pero en Botswana estaba de caza mayor y si puede ser cazador no puede ser Presidente de Honor de WWF España, una de las ONGs más importantes del mundo cuyo objetivo es la protección de la naturaleza. Para la foto y el protocolo es un perfecto defensor de las causas más utópicas, en el anonimato es un impecable caradura y un estúpido hipócrita. Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, la princesa alemana que convocó a nobleza, jeques, empresarios y banqueros a la orgía batidora, dice que invitó a todo el mundo. Posiblemente fue así, pero un rey de todos debe ser más comedido.
No tiene bastante con los turbios asuntos de su yerno que se reúne en la caza de montería con empresarios y banqueros españoles, sultanes y con su cariñosa amiga del alma. ¿Qué cosas trata con tan adinerada gente? ¿Qué negocios, inversiones, favores o promesas se llevan entre manos? ¿Por qué no dispara a un conejo en Toledo y se dedica a matar búfalos, antílopes, leones y elefantes? ¿Qué le han hecho estas criaturas de Dios? Mientras él apresa en safaris de lujo a los españoles nos disparan con perdigones educativos, sanitarios y demás artillerías impositivas. No nos llueve pólvora con alábegas, sino cartuchos que nos agujerean la dignidad y los bolsillos.
No. No representa a un país que pierde el tecnicolor y recupera la vida en blanco y negro. No es agradable saber que un día de cetrería en los safaris opulentos cuesta 30.000 euros, aunque se los pague algún inmoral, y España se acueste de rodillas y se levante implorando que Virgencita nos deje como estábamos. No valen ya las lamentaciones y perdones obligados. Váyase a la hermosa jubilación, abdique por honor patriota, retírese con la querida y deje de presidir organismos inteligentes, porque su Majestad hace honor a Bribón, el nombre de su yate ¡Granujilla!