Vida de perros

Las 5 en el Mercado Medieval (I)

Hace tiempo. Mucho tiempo. Cuando yo comenzaba en Villena la aventura de la crítica teatral. Antes de que incluso este periódico existiera. Carlos Prats, quien luego se convertiría en uno de los poderosos magnates del semanal Epdv, fue quien me animó a acercarme al oficio. Tal vez a causa de ello también aquella propuesta fue la que lo llevó a ver más teatro del que había visto en los últimos largos años de su vida.
Yo ya entonces me había aventurado a participar con alguna crítica en ciertas páginas digitales especializadas en el tema, pero aún así encontraba ciertos aspectos inquietantes al pensar en trasladar mis opiniones hasta el ámbito local. No se trataba de nada vergonzante. Más bien eran aspectos desconocidos, no tenidos en cuenta antes, los que de pronto me despertaban a reflexionar sobre el encargo: no me preocupaba la diferencia de opinión que pudiera tener con el público de Villena sobre una propuesta escénica concreta. Me intranquilizaba más bien la duda sobre si sería capaz de encontrar un camino mediante el que poder aportar con mis palabras algo positivo y necesario al público teatral.

La broma en toda esta cuestión surgió el día en que, cervezas en mano, Carlos, tras leer una de mis críticas, me cuestionó cómo afrontaría yo las críticas cuando llevara a escena una propuesta propia. No crean que el reto fue motivo de duda para mí, queridas personas. No lo fue porque llegó quizás a un campo muy labrado. Los éxitos y los fracasos marcan con hondas cicatrices a las personas. En la labor artística el trabajo es en demasiadas ocasiones una sucesión de fracasos: de conceptos no atrapados hasta el punto preciso, de estéticas que no acaban de parirse en su globalidad, de temas que no se doblegan hasta el enfoque preciso. “Fracasa otra vez… Fracasa mejor” se decía Samuel Beckett en su última obra. De nada sirve muchas veces la benevolencia del público, su aplauso, incluso su halago, cuando en lo más profundo uno encuentra que no ha alcanzado lo pretendido. Y el teatro es en este aspecto quizás la más cruel de las artes. La necesidad de confrontar el trabajo con el público no es caprichosa, es obligada para que el teatro sea teatro. Brooks decía que para que exista el teatro sólo es necesario un espacio donde alguien represente y otra le observe.

Desde aquel comentario del hoy director del periódico hasta hoy he realizado algunos trabajos. No demasiados. Siempre demasiados pocos. Y ahora llega el último. La representación de Las cinco campanadas. Sabrán que la historia o leyenda pertenece al Romancero Villenense que escribió Gaspar Archent. Del mismo romancero presentamos hace años El caballero celoso con la Asociación de San José. Y si en aquella ocasión encauzamos el trabajo, el estudio y el esfuerzo para conseguir una propuesta austera y cercana al texto del autor, ahora nos vemos en el compromiso de presentar la historia de un modo distinto. Estamos trabajando concienzudamente para ofrecer durante esta nueva edición del Mercado Medieval una historia que debe ser conocida por la ciudad de Villena, si no lo es ya. Una historia que debe ser llevada a escena desde la impronta escénica que permite recoger las formas y modos del teatro medieval hasta alcanzar los lenguajes comunes sobre los que navegamos. No crean, no se trata de hacer experimentos. Se trata de apostar por las fórmulas de comunicación a las que hemos llegado. La historia será siempre la misma. Cambian las personas. Cambian los modos de contarla. Cambian las formas de recibirla y de entenderla. De momento, es hora de ir retomando la historia que cuenta porqué todavía suenan cinco campanadas.

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