Las consignas del miedo
Realmente cansa hasta el aburrimiento, por una crónica reiteración, ese discurso de las fuerzas que defienden el bipartidismo respecto a que el resto de formaciones políticas más allá del PSOE somos de extrema izquierda, y por tanto radicales, incendiarios, agresivos y que queremos implantar por la vía de la fuerza el comunismo en este país. Sólo falta que digan de nosotros que somos pro etarras o extremistas de Al Qaeda, violadores de monjas y que queremos convertir en cenizas las iglesias y expropiar sus bienes a los ciudadanos.
Sin duda que esos furibundos e irracionales ataques los causa el miedo, pero el suyo. Para ocultar su espanto esgrimen el pánico social, creando alarma social, cuando se refieren a la izquierda alternativa. Atesoran un temor infundado que apela siempre al voto útil, como si la utilidad fuese de su exclusiva propiedad y sus verdades absolutas fueran las únicas existentes que están capacitadas para gobernar. Evoca el bipartidismo entonces a esa estabilidad institucional y monárquica que tan bien han defendido en estos 39 años de democracia, avalándose en una alternancia que garantiza seguridad frente a las aventuras locas e irresponsables de esa otra izquierda, por otra parte cada vez más real.
La izquierda con la que me identifico, representada por formaciones como IU, Podemos, Equo, las Plataformas nacidas del 15-M, las Mareas Blancas o Verdes, los colectivos indignados que promovieron las Marchas de la Dignidad, no es ni incendiaria, ni radical, ni agresiva, ni violenta, ni peligrosa. Bueno sí, peligrosa para una oligarquía instalada en el Poder político y económico, pero no nociva para las personas de la calle, para el ciudadano de a pie, para la ciudadanía en general. No pretende poner en el paredón a nadie, pero sí sentar en el banquillo de los acusados a quienes han esquilmado el país en medio de la indiferencia y la impunidad.
Tampoco desea atentar contra la propiedad privada de las personas, aunque sí evitar que se sigan expoliando las propiedades del Estado, que pertenecen a todos. No cuestiona la izquierda los bienes de las personas, sólo aquellos obtenidos de forma ilícita. No acusa la izquierda al Sistema Capitalista, pero sí se opone a un Sistema Capitalista donde todo vale y no existe un mínimo y necesario control.
La izquierda respeta las viviendas particulares, pues exige ese rezo Constitucional de que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna, pero no admite los desahucios. No tolera los desahucios de personas que no pueden pagar su hipoteca porque cerró su empresa por falta de financiación, porque hizo un ERE y cambió de nombre o porque redujo la plantilla gracias a una Reforma Laboral. Es insultante que se escandalicen los partidos bipartidistas por un escrache y no tengan sensibilidad, porque miran a otra parte, cuando desahucian a familias con niños y ancianos, siendo, estos vergonzosos episodios, un flagrante atentado a los Derechos Humanos.
En realidad esto no es un problema ideológico de derechas o de izquierdas, sino un problema de justicia. Porque es injusto, hoy en día, que España ocupe el tercer puesto europeo en pobreza infantil, según informe de la nada sospechosa Cáritas, rozando los dos millones de niños malnutridos. Es injusto que los nuevos contratos de empleo, gracias a la Reforma Laboral, sean precarios en sus retribuciones y siempre a tiempo parcial. Es injusto que dentro de un paquete de Real Decreto se modifiquen veintiséis leyes de una sentada sin debatirlas en el Parlamento, entre las que se encuentran la privatización del Registro Civil y la compañía aérea AENA.
Es injusto que a estas alturas sigan escandalizándonos con irregularidades como las del Tribunal de Cuentas, con un centenar de enchufados, que vigilan la transparencia económica de partidos, sindicatos y otros organismos oficiales. Irregularidades que no son suficientes para la dimisión ni el cese de sus responsables. Es injusto que sigan existiendo las puertas giratorias mientras los políticos que las utilizan den lecciones de recortes y tijeretazos. Es injusto que todo, privilegios, vicios, clichés, comportamientos caducos, siga exactamente igual y sin ánimo de mejorarlo en pro de una estabilidad institucional.
Por eso, cuando surgen voces de que es necesario, porque ya está bien, de una segunda transición, de modificar la Constitución para que sea más agradable a los ciudadanos, se enroca el poder y acusa a los indignados de que quieren arramblar con el país. Nada más lejos de la realidad. Nadie quiere arramblar con nada, sino eliminar el tejido necrosado para que vuelva a resurgir la esperanza y la dignidad.
El radicalismo y el extremismo son los sambenitos que cuelgan para quienes queremos cambiar las cosas y doy fe de ello que es absolutamente falso. Extremista es quien consiente la pobreza y los desahucios, radical es quien se lleva maletines a Suiza ante la ceguera de las instituciones que han de vigilar. Eso es extremismo radical. Los que queremos evitarlo no. Pero miren por dónde los productores de esta película de terror quieren vestirnos de vampiros.