Las dos orejas
¿Alguna vez se han parado a pensar por qué los toreros que están bien dan la vuelta al ruedo después la faena? ¿O por qué el presidente del festejo les concede las orejas del toro cuando están mucho mejor?
Para responder a ambas preguntas debemos situarnos en el contexto taurino de finales del siglo XVIII y, aunque parezca de Perogrullo, sin olvidarnos de que tanto la vuelta como las orejas son premios. Actualmente está bien documentada la aparición de los primeros toreros a pie que poco o nada tenían que ver con los señores, nobles, hidalgos y caballeros que tradicionalmente se encargaban de lidiar toros a caballo. Se trata de una estrecha época ubicada tras la llegada de los Borbones y antes de la aparición de los primeros lidiadores profesionales, como Pedro Romero y Francisco Montes Paquiro.
Eran aquellos unos espectáculos rudos y de lidia caótica en los que intervenían hombres de baja condición. Por ello, cuando alguno de aquellos toreros realizaba alguna proeza capaz de entusiasmar a los espectadores, era premiado con la vuelta al ruedo para que sus partidarios pudieran obsequiarlo con aquellos que quisieran. El torero recogía los presentes en su capote y esa era su paga por haber toreado.
Más adelante, cuando la faena alcanzaba un nivel de lucimiento de carácter superior, el matador también recibía la oreja del toro como prenda de que al finalizar la corrida podría cobrarse llevándose o vendiendo la res con la que había cosechado un buen triunfo. La oreja era como una especie de vale que finalizado el festejo se empleaba para identificar al toro en el desolladero, pues cada ganadería marca las orejas de sus toros con diferentes señales.
La aparición de la tauromaquia, la profesionalización del toreo, la regulación de la lidia y la sensibilización artística de toreros y aficionados convirtieron estos premios en algo meramente simbólico, aunque si van a los toros nunca olviden que todavía hoy en día un torero puede quedarse con todo aquello que le lancen los aficionados durante la vuelta al ruedo, que más de uno se ha quedado sin sombrero. La oreja amplió su escala de valores hasta las dos orejas, el rabo e incluso se entregaban patas como premio, algo que está completamente en desuso.
Mejor que bien está lidiando nuestra alcaldesa, que además de raza está mostrando una gran inteligencia para resolver una situación que amenazaba con devorarla. Aplicando sabiamente la máxima Divide y vencerás está encarrilando adecuadamente el caos en que se hallaba sumido su equipo de gobierno. Me consta que Celia Lledó es buena aficionada a los toros y aunque no pudo lucirse en el primer tercio con el capote, supo recetar buenos puyazos delanteros para descongestionar las embestidas y todo comenzó a cambiar durante el tercio de banderillas. La faena de muleta no va resultar cómoda, pero como ha entendido perfectamente las condiciones del toro que tiene delante podrá llegar al lucimiento. Con todo y con eso, ella sabe que sólo le darán las orejas si logra una gran estocada.