Las obligaciones toreadas de la Iglesia
Que la Iglesia haya pedido perdón por sus excesos inquisitorios en siglos pasados me parece bien, que se haya disculpado de sus pecados por pactos con regímenes totalitarios igualmente acertado, que sea condescendiente con los abusos de pederastia de muchos de sus sacerdotes ya me pone un poco enfermo, que cotice en Bolsa me resulta una temeridad y que la Banca Vaticana desvíe unos cuantos millones para invertirlos en empresas armamentísticas se me antoja un pecado mortal. Escrito esto por mí no debería levantar ampollas, porque soy persona laica y por tanto sospechosa, pero los creyentes de buena fe podrían ser víctimas de ardores estomacales. Más si a este prólogo, poco bendito, le añado que el clero mexicano acepta dinero del narcotráfico para rehabilitar sus parroquias, alguien necesita un exorcismo. Si Dios no provee lo harán los demonios.
Pues bien, según reza la Ley en su artículo 15, 49/2002 de 23 de diciembre: Estarán exentos del Impuesto sobre Bienes Inmuebles los bienes de los que sean titulares, en los términos previstos en la normativa reguladora de las Haciendas Locales, las entidades sin fines lucrativos, excepto los afectos a explotaciones económicas o exentas del Impuesto sobre Sociedades. Esta Ley de Mecenazgo protege así a aquellas iniciativas que fomentan el desarrollo de la sociedad y, por su labor, ahorran bastante dinero al Estado. Sin embargo, aun reconociendo que sus servicios sociales y apostólicos no tienen discusión, este privilegio eclesiástico, hoy, es un insulto.
La cuantía económica que supondría a las arcas de la nación la revisión de esta Ley y el pago consiguiente ascendería a 3.000 millones de euros. Una barbaridad si comparamos este impuesto condonado con los más de 9.000 millones recaudados por el IBI en toda España por bienes urbanos. Nada menos que el escaqueo de la Iglesia equivale a un tercio de lo que pagamos la totalidad de los españoles. Si Rajoy anda tan apurado de billetes y nos asusta con lo que nos queda por ver, no sé a qué espera para rascar las calderillas de tan devota institución; pues si es cristiana no debiera olvidarse de virtudes tan predicadas como la caridad.
Del mismo modo, si la Iglesia exhibiera la Caridad monetaria tendría Fe en los discursos desde sus púlpitos y atesoraría Esperanza en la generosidad de sus fieles. Porque, quisiera pensar, con los más de cinco millones de parados, con miles de familias desahuciadas por los bancos y puestas en la puta calle, con las crecientes capas de poblaciones marginales, con las largas colas que acuden a Cáritas todos los santos días, podría la Iglesia mostrar un gesto milagroso no de condolencia, sino de solidaridad, y pedir voluntariamente al Estado su aportación económica del IBI.
Es paradójico que la Conferencia Episcopal Española se agarre, como un clavo ardiendo, al artículo mencionado que le exime del pago y argumente que Cáritas cumple una enorme función social. Es verdad. Pero si nuestra curia pontificia pagara como todo el mundo, pudientes y necesitados, probablemente las colas a Cáritas estarían menos pobladas y darían nuestros santos cardenales y obispos un evangelizador ejemplo a las gentes desconsoladas: desprovistas de Fe, Esperanza y Caridad. Documéntense en algún texto bíblico, que los hay, sobre cómo los católicos se entregan a los demás, cómo comparten sus penurias y cómo los peces y los panes fueron multiplicados y luego compartidos.
¿Qué pensaré yo? ¿Qué opinarán ustedes si nuestra Santa Madre Iglesia admite la dura realidad de los españoles pero se ahorra tres mil millones que podrían aliviar dramas y carencias? Servidor lleva camino de ser excomulgado, pero ya tengo veredicto. Cada cual que reflexione el suyo. Sólo sé que posee la Iglesia solares, haciendas, museos, palacios, catedrales, monasterios y otros bienes inmuebles, que cobra por su acceso y que paliarían hambrunas. Dicen que de limosnas vive la Iglesia. ¿O de avaricia muere?