Lo que pienso de

Los alambres

Ha ocurrido esta semana en mi calle un suceso digno de relatar. Resulta que, como en toda Villena, mi calle también estaba puesta de banderas; a mediados de agosto nos juntamos los vecinos, por cinco euros por vivienda compramos banderas y luces y en un par de noches arreglamos la calle. Hasta ahí perfecto, que si uno sacaba una cerveza, la otra unos rollos, aquel una botella de vino… Poco a poco la calle fue cambiando de color hasta quedar preciosa.
El problema ha surgido cuando, pasadas las Fiestas, nos disponíamos a quitar las banderas y las luces, pero los alambres que las sujetaban no. Este simple detalle nos ha costado una bronca considerable entre una y otra parte del vecindario. Unos defendían que los alambres se quedaran allí todo el año, los otros no estábamos de acuerdo y abogábamos porque se quitaran, hasta el punto que una de mis vecinas dijo: “No podemos permitir que se quede el cielo de la calle como una conejera”.

Enseguida uno que vive enfrente dijo que él no los quitaba, que si los alambres estorbaban que viniera el ayuntamiento y los quitara, que bastante teníamos con arreglar la calle pagándola de nuestro bolsillo sin que nos dieran una subvención ni para tomarnos una cerveza, mientras que a la Peña Taurina le han dado 12.000 euros para hacer una corrida de toros. Bueno y bueno, cómo se puso el ambiente por unos alambres de nada. Al final unos cuantos se pusieron de acuerdo y quedaron en pedirle una cita a la alcaldesa para proponerle que vinieran los del ayuntamiento a quitar los alambres. Menos mal que tenemos a mi vecina la del cuarto, que siempre tiene ideas para todo; cuando vio cómo estaba el ambiente sacó el genio y nos dijo a todos: “¿Pero vosotros creéis que con ir a hablar con la alcaldesa vais a conseguir sacar algo en claro?”. –“¿Y qué hacemos, si unos queremos los alambres todo el año y otros no los queréis?”– dijo uno que no conozco, a lo que la del cuarto respondió que “vamos a conseguir que se queden las banderas y las luces todo el año”.

A todos se nos pusieron los ojos más grandes que a los muñecos del once ocho ochenta y ocho. “¿Y cómo lo vamos a conseguir, quién va a pagar las banderas que se rompan?” –dijo una voz crítica. Es sencillo, dijo la del cuarto: “si unos no quieren quitar los alambres y a otros no nos gustan los alambres desnudos todo el año, está claro que estamos de acuerdo en que se queden las banderas y las luces todo el año, ¿o no?”. Todos asentimos con la cabeza, sin saber a dónde quería llegar con su propuesta.

Mañana mismo, dijo, nos vamos a ir una comisión a hablar con los jefes de los supermercados a donde vamos a comprar habitualmente, y les vamos a proponer que nos hagan todas las ofertas de sus productos a través de las banderas. Es sencillo: en una tira pueden anunciar que las bandejas de muslos de pollo están de promoción, en otra que si el suavizante perfumado lleva un 30% más de regalo, etc.

Una vez terminó de hablar se produjo un silencio inquietante; todos nos quedamos pasmados. Hasta que el que había propuesto ir a hablar con la alcaldesa rompió el silencio con un fuerte aplauso. “¡Bravo, bravo!” –exclamó. De esa manera nos cambiarán las banderas cada quince días, no nos gastaremos un euro y la calle siempre estará preparada para las Fiestas.

Fue en este momento cuando la del cuarto sacó todo su genio para gritarnos a todos: “No habéis entendido nada, lo más importante no es si se quedan o no las banderas y los alambres puestos, lo importante es que los vecinos de esta calle no volvamos a discutir por estupideces”.

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