El Volapié

Los celos (Homenaje a Camarón)

“Contemplando la desgracia que le pasaba, yo vi a un hombre pensativo. Contemplando la desgracia que le pasaba y con mucha pena llorando, él le decía a su niño: tu madre nos está engañando”.
En una sección que pretende ser taurina, sentarse a escribir escuchando a Camarón supone una mezcolanza entre el deseo de redactar, los recuerdos en la Venta Vargas con mi amigo Eloy Campos –donde unos cuantos hemos recibido la mordida del veneno del flamenco–, las tardes de toros y los asuntos de mujeres.

Disfrutando del disco Camarón Nuestro he extraído para el comienzo de mi columna los versos iniciales de la canción Como si fuera un castillo y he comenzado a escribir sobre lo que le pasó a mi querido amigo Eloy, de La Isla de San Fernando, cuando comenzó a mantener relaciones extramatrimoniales con una guapa amiga del pasado. Al principio le resultaba excitante el hecho de verse a escondidas mientras apenas iba estrenando la cuarentena. Él se la pegaba a su mujer y la bella amante a su marido, un día en un hotel de lujo a ciento veintisiete kilómetros del domicilio de ambos, otro día en la oficina de ella y al otro donde fuese.

La relación de los amantes estaba llena de vida y evolucionaba hacia adelante, como rompe un toro que embiste con clase, con hondura, con la cara baja y con buen tranco. Sin darse cuenta, llegó un momento en que pasaban juntos más tiempo que con sus respectivos y con el deseo de retomar la vida plenamente unida dejando el lastre de sus caducos matrimonios a sus espaldas. Al poco tiempo y gracias a una apasionada relación apareció el amor, se enamoraron como adolescentes y temblaban de nervios cuando iban a sus adúlteros encuentros. Sólo la existencia en ambos matrimonios de hijos pequeños se convirtió en un puntal que los ayudó a mantener la cabeza fría y no precipitar los acontecimientos.

El paso siguiente consistió en la aparición en los amantes de un sentimiento de rabia por tener que compartir a la persona que querían con su respectivo y matrimonial cónyuge. Las tripas les sacudían cada vez que tenían de volver a sus casas sabiendo que ambos iban a cuidar de su matrimonio en la cama. Aunque sólo fuese un paripé. Pero el uno la compartía con el marido de ella y la otra lo compartía con la esposa de él.

Cada vez estas ausencias y estos sentimientos fueron provocando escozor comenzando así el deterioro de la relación, la aparición de las discusiones y de los malos aires. No eran celos porque los celos nada son y cuando hay algo no se puede llamar celos ya que se le debe denominar astas finas. Los celos sólo son imaginaciones propiciadas por la inseguridad y el hecho de que cree el ladrón que todos son de su condición.

Entre los amantes no había celos porque ambos conocían las reglas desde el primer momento y sin embargo, se volvieron locos.

Como canta Camarón, el eterno.

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