Los Moros, los Cristianos y un Ford Escort
La mayoría somos buenas personas, independientemente de a quien recemos, si es que rezamos
Los coches que he tenido y tengo jamás han dormido en garaje. Han sido, podría decirse así, “coches de la calle”. De manera que imaginaros la de golpecitos, rayas y cositas que les ha ido sucediendo sin que nadie tuviera el detalle de dejarme jamás un aviso.
Recuerdo que una vez y a plena luz del día, el camión de reparto de una extinta y respetable empresa del lugar, le arrancó de cuajo un espejo retrovisor a mi Ford Escort, que fue el vehículo que más afrentas callejeras sufrió a lo largo de su dilatada y honrosa carrera al servicio de la familia. El caso es que cuando indagué entre el vecindario que a esas horas está habitualmente de vigilancia, nadie sabía nada, nadie quería problemas, ninguno quería señalarse porque así se lo habían enseñado sus padres y a estos sus abuelos y a sus abuelos los padres de sus abuelos, ya que de todos es sabido que en la vida hay que evitar meterse en cosas que a uno no le afectan aunque esto dé como resultado una injusticia e incluso un genocidio…
Bueno, a lo que iba, no nos pongamos dramáticos por un espejo retrovisor... Que mis coches han sufrido las putaditas propias de no tener un cobijo seguro y que aquel camión jamás estuvo allí.
Como os decía, la gente nunca ha tenido el gesto de responder ante mí de sus pequeñas faltas. Salvo en una ocasión en que, cuando bajé para coger mi sufrido Ford Escort para ir al trabajo, observé como su paragolpes delantero yacía en el asfalto desprendido del resto del cuerpo en lo que parecía una premonición de su muerte tantas veces anunciada. Era temprano y le pregunté al panadero de la calle si había visto algo. Por supuesto que no. Así que puse el paragolpes en el asiento trasero y arranqué hacia otra mañana de esas que dignifican a los hombres (si esto fuera una conversación de Whatsapp ahora vendría un emoticono de mucha risa).
Llegué a casa a medio día y cuando le estaba contando a mi mujer (no ”mi” mujer en el sentido de propiedad, sino en el de que es “mi amor”) lo sucedido, sonó el timbre y era el primo musulmán de mi vecino musulmán que venía a decirme que su familiar le había encargado que me transmitiese que podía estar tranquilo porque ya había dado parte a su seguro y que en cuanto terminase su jornada laboral vendría a mi casa para arreglarlo todo.
Fijaros que de todas las personas que han dañado mis coches, sólo una ha dado la cara y pertenece a esa religión de extrañas costumbre que tiene la idea perversa de recuperar “Al Andalus” y, a continuación, lanzarse a la conquista de la península toda. Hubo cristianos, seguro que buenos cristianos, de los que observan los ritos y están en las cofradías de la semana santa, que me abollaron el coche pero no tuvieron tiempo las criaturas de dar parte por las urgencias propias de la búsqueda del paraíso. Hubo otros que los vieron pero callaron porque practican el “voto de silencio”, y sólo un moro tuvo la decencia de cumplir con las leyes.
Por eso cuando leo uno de esos panfletos biliosos que vomitan los estómagos podridos por el odio en los que se nos advierte de la creación de un partido político musulmán que no sé cuántas cosas horribles está dispuesto a hacer en los ayuntamientos españoles en el caso de llegar a su gobierno, me pregunto qué diferencia habría en tener como alcalde a mi vecino musulmán que se mata a trabajar todos los días y que observa las leyes y el deber de cumplir decentemente con sus vecinos o tener como alcalde a mi alcalde actual que es una persona cristiana que se mata a trabajar y que observa las leyes y que cumple decentemente con sus vecinos.
Creo que no va a ocurrir, por ahora, que un musulmán llegue a ser alcalde de ninguna ciudad o pueblo de España y comprendo el temor que se haya podido extender en estos últimos años trágicos a lo que han dado en llamar “terrorismo islámico”, pero estoy convencido de que la mayoría de los musulmanes son buenas personas, porque entre los musulmanes, como entre los cristianos, los budistas e incluso nosotros los ateos, la mayoría somos buenas personas que aspiramos en la vida a comer cada día, a dar estudios a nuestros hijos, a malcriar a nuestros nietos y a disfrutar de los que nos quieren y queremos.
La misma convicción con la que afirmo la bondad de la gente, la utilizo, porque así lo confirman los datos, para declarar que el terrorismo de los ejércitos de los “países civilizados” que organizan las guerras en todo el mundo para preservar el orden establecido, es al “terrorismo islámico” lo que el alcohol al resto de las drogas, que mata más, pero mata legalmente.
Autor: Felipe Navarro