¿Cómo están ustedes?

Los rombos

¡Los rombos! Fueron nuestros enemigos en la infancia. De ellos dependía el quedarnos en la salita, donde la tele, o el irnos a la cama. Si uno, contenido no apto para menores de catorce años –al principio no apto para menores de dieciséis–; si dos, no apto para menores de dieciocho. Así que... Así que no podía ser. En cuanto aparecía la juanola o las juanolas y aunque fuera el "Historias para no dormir" de Narciso –Chicho– Ibáñez Serrador... ¡Buenas noches! Y lo peor es que los criterios de catalogación eran muy severos. Especialmente severos en materia de sexo.

A principios de 1976 –nos lo cuenta Luis Alonso Tejada en "La represión sexual en la España de Franco" (Caralt, 1977)–, Antonia Sabriá, maestra gerundense en EGB, fue expulsada del centro donde trabajaba por impartir a sus alumnos clases de educación sexual. Les había enseñado... Les había enseñado el libro "¿De dónde venimos?", texto de Peter Mayle con ilustraciones, dibujos, de Arthur Robins.

La memoria de la Dirección General de Seguridad, elaborada en junio de 1976 hablaba de oleada de inmoralidad y libertinaje en España. Pero la sociedad española era una sociedad castrada. Carmen Martín Gaite con una prosa deliciosa y muy documentada –Premio Anagrama de Ensayo en 1987– al informarnos sobre los "Usos amorosos de la postguerra española" (Círculo de Lectores, 1987) nos permite comprender el porqué de la mentalidad pudorosa de muchas generaciones en España. La dedicatoria del libro es reveladora porque pretende una conciliación necesaria y entrañable: "Para todas las mujeres españolas, entre cincuenta y sesenta años, que no entienden a sus hijos. Y para sus hijos, que no las entienden a ellas." En 1987, las mujeres entre cincuenta y sesenta años eran las nacidas entre 1927 y 1937. Mujeres que habían sido educadas con los prejuicios del nacionalcatolicismo.

Durante el franquismo el sexo se convirtió en vergüenza, a veces traumática. Vergüenza y tabú. El cuerpo, frente al alma, era algo innoble, corrupto, cárcel del espíritu. Cuerpo donde había partes honestas y partes deshonestas. Las deshonestas eran "pudibundas"; esto es, de mucho pudor. De mucho pudor, o peor, de mucho riesgo. Porque el pene era "serpiente diabólica" y la vagina "antro de Satanás". El sexo, entonces, era sinónimo de pecado y fuente de toda enfermedad según el manual de moral para Bachillerato del jesuita Valentín Incio: perturbaciones cardíacas, debilidad espinal, tisis pulmonar, epilepsia, afecciones cerebrales, enteritis crónica, ceguera y, por supuesto, sífilis. El padre Valentín Incio García –lo cita Alonso Tejada– fue autor, entre otras obras, incluido un "Tratado de mecanografía teórico-práctica. Nociones y ejercicios de típica con arreglo a los procedimientos modernos de enseñanza", de un libro de Bachillerato titulado "La moral", declarado de "utilidad nacional" en el Boletín Oficial del Estado del veintiséis de agosto de 1939, donde se enumeran los males dichos derivados del sexo "según el juicio de los más afamados médicos".

Durante el franquismo cualquier alusión al sexo era considerada por los censores obscenidad o cochinería. Porquerías, marranadas. Y si no fuera porque esta censura fue atentado contra la libertad, sus informes serían cosa de risa. Ya lo apuntó el periodista Daniel Verdú en su reportaje sobre "Los archivos de la censura" (El País, 18.04.2010): "Sacados de contexto pueden sonar hasta graciosos." Pero ciertamente la censura no era graciosa, era represión. Y respecto al sexo hizo abominable lo que tendría que haber sido natural. Trastornó lo humano en algo extraño como si fuera al margen de la especie. Luego, apagándose y apagado el franquismo nos llegó el destape. Y no fue, creemos, la mejor terapia. La terapia está en la ternura.

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