El Diván de Juan José Torres

Los trances de la inestabilidad política

El equilibrio de las naciones se sustenta en la estabilidad económica y en la cordura de su casta política. Si estos dos factores se resienten la armonía de sus estructuras se debilita tanto que corre el riesgo de entrar en quiebra y caer en picado. Esto es lo que ha sucedido en las últimas elecciones griegas y emergiendo, no son brotes verdes, movimientos extremistas y radicales. El gravísimo incidente de la agresión, televisión por medio, de un diputado neonazi a otros contertulios en un debate público, la ascensión de Marie Le Pen en los comicios franceses y el ajetreo de corrientes fanáticas son termómetros muy a tener en cuenta.
Ya se sabe que, si no se controla la fiebre, las consecuencias dan paso a las convulsiones y no se ven en la UE síntomas de dispensar antifebriles que rebajen la calentura. El mosqueo sigue al alza, somos marionetas caprichosas de la Bolsa y lo que asusta de verdad es que ese equilibrio se tambalea. Tradicionalmente los electores suelen ser moderados, desean tranquilidad, huyen de espasmos y apuestas arriesgadas, prefieren más “lo malo conocido que lo bueno por conocer” y en cada convocatoria electoral se arriman, desde derecha o izquierda, al centro; un punto de encuentro sin sobresaltos. Los bipartidismos existen para evitar miedos y garantizar el sosiego.

Si llevamos unos cuantos años donde el escándalo sigue su imparable escalada, cuando muchos políticos aprovechan sus cargos para enriquecerse, los mercados financieros no sacian nunca su hambre codiciosa, los que deben impartir justicia –que no dan abasto– están en la misma espiral de confusión, si los bancos roban a particulares mientras piden ayudas públicas, si los ricos acumulan más riquezas, los pobres siguen siendo carne de cañón, las clases medias se depauperan, si hay que pagar por todo y por triplicado –porque no hay copagos sino repagos– y nos zumban a los perros si protestamos, es que el medidor que diagnostica, para luego prevenir y curar, se ha roto.

Miedo da que el colchón que amortigua los golpes se atrofie, toquemos el firme y durmamos en el suelo. Mala señal será que el salvamento del BCE no sirva para nada si no hablan de intervención, sino de línea de crédito de 100.000 millones. Nos mienten otra vez al decir que recibimos un apoyo financiero camuflando un rescate en toda regla y peligroso, porque recae la ayuda otra vez en los bancos, no en las familias angustiadas. En España, según los últimos datos oficiales, hay más de 11,5 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social y 84 millones en la Unión Europea, un panorama para temblar.

Que el modelo económico vigente es desastroso, es evidente; que no resuelve los problemas, también; que crea más desigualdades, un hecho objetivo; que no crea riqueza ni genera empleo, obvio, y que la gente cada vez consume menos, algo natural. Así las cosas si al caos económico lo aderezamos con una incompetencia de la clase política, que además es el gremio que menos riesgos corre por tener aseguradas sus nóminas mensuales, sus fijas dietas y garantizado su amparo por el séquito de escoltas, ¿a dónde vamos a parar? Porque se están creando las condiciones para la eclosión, con tan crónico malestar, de reacciones incontroladas.

Los políticos giraban al centro para contentar a sus electores, los votantes buscaban el eje principal para evitar aventuras y la gente no se mueve porque le puede el miedo. Pero el pavor, cuando se hace crónico, se inmuniza y al final se pierde cuando ya no hay nada más que descuidar. Hoy sabe mucha gente que vivirá mejor en la cárcel que en la calle y lo ignoran los gobiernos. Por eso los extremos del péndulo, si no se detienen, parirán la locura.

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