El Diván de Juan José Torres

Maldita Globalización

Podría definirse la Globalización como “la integración de las diversas sociedades internacionales en un único mercado capitalista mundial”. Las nuevas tecnologías, el avance de las telecomunicaciones y la irrupción de Internet han posibilitado su expansión. Lo curioso del asunto es que ha tenido el patrocinio y el mecenazgo de los países democráticos, con la vieja Europa incluida. Menciono esto porque si los países que se enorgullecen de enarbolar la bandera de la Democracia, que han construido unos Estados de Derecho y también de Bienestar, que han establecido unas reglas del juego en los convenios laborales, que defienden a ultranza los derechos humanos, que se han preocupado por dotar de coberturas sociales, sanitarias, educativas y culturales a sus respectivas poblaciones, ¿cómo permitieron, ampararon, bendijeron y abrazaron ese nuevo sistema denominado Globalización?
¿Cómo los países democráticos, que se han vuelto todos locos, pueden defender su estabilidad económica si no pueden competir con productos elaborados en geografías donde no se respetan ninguno de los derechos, donde existe explotación infantil y producen bajos las premisas de la injusticia? ¿Por qué permiten que se hundan infinidad de empresas, que aumente escandalosamente el paro, que recorten derechos y servicios, que suban indecentemente los impuestos y agujereen constantemente los bolsillos de los ciudadanos? ¿Por qué permiten, con la boca llena de democracia, que volvamos a la miseria, que la sociedad se empobrezca mientras se forran los mandamases de siempre? ¿Por qué lamen las vergüenzas de los codiciosos y maltratan la dignidad de sus pueblos?

Sencillamente porque la globalización es una farsa, la coartada perfecta para que los poderosos financieros, los valerosos especuladores, sirviéndose de su servicio doméstico, que son los gobiernos lameculos y los bancos tramposos, dominen el mundo a su antojo. Los pobres más pobres, pero los beneficios de las clases medias, a punto de desaparecer, a sus hermosas cuentas. Para ello necesitan, estos desalmados, gobiernos democráticos absolutamente imbéciles que les hagan el juego y les sirvan en bandeja las cabezas de los disidentes primero, de los indignados después. Crean alarma social con esos mensajes que dicen “para salir de la crisis son necesarios esfuerzos importantes. Si no se hacen los países se hunden”. Pero claro, no dicen que la crisis no va con ellos y los esfuerzos de unos no son los mismos que los esfuerzos de otros.

El caso es que los parlamentos democráticos aprueban medidas para satisfacer, únicamente, el hambre insaciable de los que quieren ganar más, no para saciar el hambre de sus pueblos. En nuestro país, por ejemplo, se toman medidas tan incongruentes como retirar los 400 euros a las personas que se cobijan en casa de sus padres por no vivir en la calle. Nadie puede vivir con semejante paga y la única opción que ofrecen los tontos del culo es: o viva usted bajo un puente o si se va con los padres o abuelos le quitamos la limosna.

Se necesitan gobiernos con suficientes narices que salgan de la zona euro, que se declaren insolventes frente a los avaros bancos, que pongan entre rejas a los que evaden capitales, que expropien los bienes de los corruptos, que se creen aranceles aduaneros que protejan nuestros productos, que nacionalicen la banca y que intervengan y controlen a las Comunidades Autónomas, que no se despilfarre un duro, que se fomente el mundo corporativo, que se apoye a la mediana y pequeña empresa y que se prescinda de intermediarios abusivos.

A partir de ahí quedará mucho trabajo por hacer. Pero si los políticos empezaran a dar ejemplo reduciéndose sueldos y dietas, suprimiendo organismos inservibles como el Senado y depurando a miles de asesores, todos iríamos a una. Trabajo por delante hay mucho, necesidad también, pero es mejor ser pobres con dignidad que ser pordioseros arrodillados y sin el pelo que nos tomaron.

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