Más allá de los toros
Sorprende que todavía haya gente en nuestra ciudad que se sorprende por los escándalos, posturas contrapuestas y belicosidades que surgen a raíz de una propuesta taurina. Yo entre ellas. Y no me digan que esto tiene que ver con la remodelación de La Plaza, porque el conflicto viene de largo. Tampoco me creo aquello de la larga tradición taurina de nuestra ciudad, ni que el presunto sold out del día 7 de septiembre sea el botón de la muestra. Más bien al contrario, creo que el asunto da para un debate y reflexión bastante más serios que las miles de palabras escritas al respecto.
Debate y reflexión ciertamente imposibles, ya que en la mayoría de ocasiones en las que he vivido el conflicto ni las razones ni las intenciones eran tan limpias y puras como pretendían ser. El mismo hecho y empecinamiento en realizar uno de estos sangrientos eventos en fechas previas a las elecciones municipales, con total conocimiento de las diferentes posturas en el equipo de gobierno, es motivo suficiente para invalidar las argumentaciones. El tema está politizado entonces. Sí. Y se utiliza como arma arrojadiza, como argumento tramposo para demostrar lo que ya sabemos. Sí. Y si es un arma y una trampa, ¿no debería al tiempo que mostrar lo obvio, poner de manifiesto también el modo de entender y llevar a cabo las acciones políticas? Es decir, ¿no se está igualmente manipulando la opinión pública?
Y todo esto llevado más allá de los toros. Más allá de la consideración ética sobre las acciones que se llevan a cabo dentro del ruedo. Porque no es lo mismo jugar sucio a expensas de un puente o una glorieta que a pesar de unas acciones que una gran parte de la población, no solo la villenera, consideran injustas e injustificadas. ¿Acaso es recriminable que alguien sea incapaz de soportar las torturas y la muerte a la que unos animales son condenados? Las punzadas, las heridas, la sangre corriendo, los animales desconcertados, angustiados, vomitando sangre, atravesados al fin, o no al fin, estertóreos a la espera del hierro que atraviese su cráneo. Bellos animales con media tonelada de peso drogados, adormilados, para encerrarlos en un camión que recorrerá cientos de kilómetros; drogados, hostigados, para salir bravos a un ruedo donde desorientarlos, debilitarlos y matarlos.
Ese sería un debate más o menos fructífero, seguramente más profundo. No así al que nos someten año a año quienes con la excusa taurina buscan descrédito político. Como uno entiende que se busca cuando escucha a alguien decir que se alegra de las inundaciones provocadas por el Ebro. Ya que no quieren darnos el agua que se la traguen. En fin, hiciera quien hiciera este planeta no lo diseñó bien, ¿en qué cabeza cabe que el agua de los ríos acabe en el mar? ¿En qué cabeza cabe crear unos animales cuya raza se extinguiría si no fueran acuchillados y sacrificados ante la masa enfebrecida? ¿En qué cabeza cabe ganar adhesiones políticas con palabras y hechos en lugar de con trampas y manipulaciones? Pues eso.