Más sobre el tabaco
¡Qué hartazgo! Desde que en el estanco encuentro tabaco a precios tan bajos soy incapaz de bajar de diez cajetillas diarias. Me estoy inflando de tanto aspirar. Me comporto como un animal irresponsable incapaz de inhibir este impulso anormal que me arrastra hacia la tumba.
De suerte, con la compra de uno de tantos diarios que se editan en este país, me encuentro entre toda la morralla encartada con un maravilloso folleto obra y gracia del Ministerio de Sanidad y Consumo: Se puede dejar de fumar reza, y subtitula: claves para conseguirlo. El libreto es entretenido hasta lo inimaginable, a pesar de su carácter científico: tablas, ejercicios, consejos sobre alimentación, consejos para aconsejar, juegos matemáticos, introspecciones, consejos estilísticos y de interiorismo, un mini curso de economía, consejos para realizar ejercicios físicos moderados
Abrumado por toda aquella información destinada a un único fin me eché a temblar. Se lo aseguro. Abandoné el librillo en casa y salí a despejar la mente con un poco de conversación moderada en algún pub céntrico. Pero la nueva información adquirida no dejaba de rondar en mi cabeza, como si mediante un sistema subliminal la hubieran encajado entre mis ideas y batallara contra ellas haciéndose con un hueco en mi voluntad. A cada lado que miraba no veía más que personas fumando: en la cafetería, en la calle, en el bar, en los pubs, el aire olía a humo de tabaco, los ceniceros estaban llenos, era inaudito contemplar con adelanto tanto sufrimiento, de pronto me había convertido en un moderno Tiresias capaz de adivinar la angustia que soportaría toda aquella multitud de ahora en adelante.
El siguiente pensamiento que rondó mi sesera fue más bien una serie de interrogaciones: ¿Qué será lo próximo? ¿Mutilarán a quienes se muerdan las uñas? ¿Coserán la boca de quienes hablen con ella llena? ¿Prohibirán caminar por las calles a quienes usen calcetín blanco con zapatos negros? Motivos había para tomar medidas contra todas estas malas costumbres, basta una ley para que de pronto sea efectivo. Con empeño podremos llegar a los límites más insospechados: ser todos iguales en su fórmula más radical y peyorativa. ¿Por qué convencer a este ser llamado humano si se le puede hacer? Puesto que los hábitos nos condicionan y nos hacen llegamos a la pregunta clave: ¿nos hacen qué?
No debatiré acerca de lo perjudicial que resulta al otro que nosotros fumemos a su lado. Sé que obviamente hay que respetar y sé que en la cuestión del tabaco ha habido poco respeto. Pero no entiendo la caza del fumador que se ha organizado. Como si se tratara de una trama novelesca intento dilucidar los verdaderos motivos de la puesta en marcha de esta ley: ¿el gasto sanitario, un intento de reconversión de los locales de ocio, intereses urbanísticos (ya sé que esto no entra en la serie, pero al final casi siempre acaba apareciendo en casi todos los asuntos extraños)? Sea cual sea el motivo me temo que yo seré una de esas personas que lo van a sufrir en sus carnes. Y no es que nunca me haya planteado dejar de fumar, sino que siempre he pensado que llegará un momento para hacerlo, un momento que yo habré sentido, que yo habré decidido, un momento en que será más fácil hacerlo porque partirá de mí mismo y no de la insistencia de la mayoría. Por ahora lo único que sé es que ya casi me he fumando el 2005, y que pronto encenderé con todos ustedes el 2006, así que espero que este nuevo año y cigarro sea afortunado para todos. Feliz año.