Vida de perros

Más tontos que una mierda

Entenderán, queridas personas, que por respeto a ustedes no haya titulado esta columna: “Más tontos que una mierda pinchada en un palo”. Ha sido por respeto a ustedes y no por cualquier otra cosa. Porque lo de tontos (o tontas) se entiende, y lo de mierda también, de modo que lo de ensartar en un palo se puede y debe suponer. Aunque eso es precisamente lo no que entiendo cuando en mi banco me hablan de la letra pequeña y de su preocupación por mis intereses particulares. Entiendo que me traten como si fuera más tonto que una mierda, pero no lo de que la mierda esté pinchada en un palo.
Igualmente entiendo que una entidad de crédito se mosquee si yo incumplo mis obligaciones al retrasar los pagos, pero me mosquea que no les preocupe cuando cubro reiteradamente esos pagos atrasados a los que se suman esa serie de gastos indudablemente exagerados en concepto de intereses y de sanciones con carácter aleccionador y punitivo. También me mosquea que quienes se erigen como adalides de nuestros derechos sean incapaces de ver la vulnerabilidad y la indefensión a la que nos someten estas empresas crediticias con sus letras pequeñas y su trato personalizado vinculado al “no puedo hacer nada porque son cosas de arriba”. ¿Dónde arriba? ¿En los consejos administrativos dominados por quienes hemos –risas– elegido democráticamente?

Para colmo de males, sufrimos en este país un incesante sangrado a favor de estas entidades, emanado del riñón que llenamos entre toda la ciudadanía. Y como somos más tontos que una mierda (y vosotras también), tenemos que aceptar –porque se nos exige– lo urgente e ineludible de estas medidas. De igual modo tenemos que aceptar que nuestras entidades financieras nos cobren más y con mayor exigencia, pese a chuparse los fondos millonarios aportados durante años desde una parcela de nuestros sueldos. Entidades financieras que haciendo uso de la estrategia más mezquina y miserable nos enfrentan con los últimos eslabones de su cadena (cobardemente consentida por quienes no nos representan), con los vecinos y vecinas que trabajan para su usurero imperio. Caras conocidas que a malas penas nos pueden aconsejar, aunque por bien que nos aconsejen nos guiarán a un sendero que engrosará los bolsillos podridos de dinero de sus amos, bolsillos preocupados por hacer más dinero por encima de nuestros problemas y los de nuestro país.

Y llegado el caso ya no quiero entender nada… Sí, vale... Pero no sólo la dación en pago, sino la intervención de grupos que representen nuestros intereses, que se enfrenten a los tocomochos usureros. Y para ello sería un buen comienzo hacer una auditoría a todas las Notarías de España. De los últimos cinco años –o de los que sean punibles–. Por ejemplo. Por fastidiar. Y, mientras tanto, subiendo la venta de cajas fuertes.

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