Medidas olvidadas para espantar la crisis
Ahora que a don Mariano le está creciendo la nariz y muchos de sus votantes están arrepintiéndose quisiera describir lo que nos hemos perdido, o lo que es lo mismo, las posibilidades que nuestros gobernantes no han querido ni escuchar y arrinconaron en los cajones. Medidas contra la crisis que diferencian, sin tapujos, lo que hubiese sido remangarse sin miedos o bajarse los pantalones. Es lo que distingue entre ponerse a trabajar para la sociedad o rendirse a los caprichos de quienes quieren ganar más, porque en esta crisis ganan los de siempre, unos pocos, y pierden las mayorías ciudadanas.
Me hubiese encantado ver decretos que expropiaran los bienes de narcotraficantes, corruptos y defraudadores; disposiciones que enjaularan a los que acrecientan su patrimonio personal y no pueden justificar sus fortunas; órdenes de bloqueo de cuentas a quienes evaden capitales; preceptos que impidan duplicidad de gastos de empresas mixtas estatales-privadas; normas que eliminen pensiones vitalicias a expresidentes y supriman las generosas gratificaciones de ex altos cargos; medidas para reducción de costes de la Administración, pero empezando por los políticos, directores generales y enchufados con nombre de asesores; controles de paraísos fiscales; supresión de ayudas a la Banca, porque se beneficia más mientras nos retuerce el pescuezo, y dejar de financiar a la Iglesia e invertir en gastos militares.
Sin embargo Rajoy, que se ha escondido el hombre, nos acribilla con recortes e impuestos. Se le llena la boca de España pero le importan un bledo los españoles. Todos estaríamos dispuestos a realizar un esfuerzo para capear el temporal si las causas fueran por catástrofes naturales, no para reír la gracia a los mercados codiciosos. Las medidas del gobierno no crean empleo ni favorecen el consumo, motores para la reactivación económica. Tan sólo con ejecutar con firmeza los requisitos del segundo párrafo se obtendría un enorme dineral sin necesidad de recortes a los españoles. Con ese capital se revitalizaría el Banco de España, quien debería encargarse de financiar los servicios públicos y las empresas estatales, sin comisiones y con intereses cero; dotaría de seguridades fiscales a autónomos, favorecería a las PYMES con ventajosas desgravaciones fiscales a cambio de crear empleo; ayudaría al comercio, fomentaría el sistema de Cooperativas que trabajarían las fincas de defraudadores expropiados del narco y la corrupción; el ICO cumpliría con su papel de subvencionar a los nuevos emprendedores, pues los solventes no lo necesitan, y se proveería suelo para tejido empresarial.
Con ese dinero se generaría vivienda pública no especulativa, se rehabilitarían edificios, se limpiarían los montes, se repararían caminos, se cultivarían solares y prados abandonados, se fomentarían los trabajos comunitarios y se potenciaría el sector público con control de gastos evitables e innecesarios. Inspectores del Banco de España sustituirían a notarios y registradores de la propiedad, intermediarios caros y especulativos, para registrar a precio cero las operaciones de compra-venta. Se eliminaría todo gasto inútil y se desarrollaría una red de brigadas que intervendrían en actuaciones de reparaciones cotidianas, como socavones, fugas de agua o cortes de luz. Es decir, el Estado tendría suficientes recursos para evitar que otras empresas le hagan el trabajo. No harían falta firmas privadas como Iberdrola, Telefónica, Gas Natural o compañías del agua, que nos sablean a todos, si ese servicio lo hiciesen empresas nacionales, infinitamente más baratas.
En fin, amigos lectores, si no se hubiesen vendido empresas públicas al mejor postor, si el Estado invirtiera en lo público y lo mimara en vez de desmantelarlo, si los que decretan se pusieran en el pellejo de los sufridores, esto sería otra cosa. Se puede crear empleo sin joder al personal, tan sólo jeringando a los mercados financieros, causantes del escándalo: bancos, compañías de seguros e inversores especulativos. Parece que es tarde para que a los ministerios les entre la cordura, pero nunca será deshora para señalarles con el dedo mientras suenan las cacerolas indignadas.