De recuerdos y lunas

Memoria

No recuerdo bien qué noche fue pero fue una de esas noches de alguna vez en la que acudiendo a Villena por algún compromiso me quedé. O creo que aquel día iba de paso y me quedé. Sí, aquel día iba de paso. Efectivamente: Venía de Madrid e hice posada y fonda y... Amigo de barras nocturnas, sin prisa por madrugar, hice tertulias. Me parece. Todo me parece.

Aquella noche –me parece– en un momento de los muchos momentos del anochecer me encontré con alguien que me enseñó una colección de fotos de un pasado compartido con sus amigos. Me mostraba el álbum con comprendido orgullo. El que da la amistad. La buena camaradería. Yo las observaba con atención intentando identificar arquitecturas y habitantes de esas arquitecturas comprobando que por ambos elementos el tiempo no había pasado en balde. Me fijaba en los rostros y en los lugares, modificados. Algunos incluso perdidos. Porque a pesar de ser más jóvenes que yo, había rostros perdidos que yo había olvidado perdidos. La muerte es muy desordenada. Y si me duele olvidar lugares, más me duele olvidar gentes. ¡Qué crueldad la de la desmemoria! Pero... "Una vida no cabe en la memoria" escribió Jorge Guillén para prevenir a quienes quisiéramos recordar todo lo vivido. ¿Todo?... No siempre.

Si de por sí el olvido borra recuerdos, en este álbum que digo aparecía foto tras foto un rostro eliminado. La cara de alguien por voluntad de alguien ya no estaba. Igualmente hacemos con la memoria. Algo de trampa. Por un lado quisiéramos perpetuar briznas, detalles de nuestra existencia. Deseando memoria de tísico queremos ejercitar la evocación de nuestra vida, de cada instante de nuestra vida. Cada respiro. Sobre todo –por lo menos así es en mi caso– de la niñez, "fábula de fuentes" que decía el mismo Guillén, poeta de "Cántico" en "Cántico". El mismo que en otro poemario se preguntaba: "¿Cómo aislar en el aire los momentos?"

Por un lado, aislar en el aire los momentos. Recordar. El deseo enfermizo de no perder nada de lo vivido. Por otro, no recordar, olvidar ciertas cosas como si nunca hubieran pasado. Así también con gente que conocemos, así con instantes que hemos vivido y no los quisiéramos haber vivido nunca. Antonio Muñoz Molina en "La noche de los tiempos" denuncia la modificación de las palabras en los papeles durante la guerra "con la esperanza de que dejaran de existir los hechos que las palabras ya no contaban". Queremos modificar los hechos como si no hubieran existido, hacerlos invisibles. También a personas. Borramos a algunas personas de nuestra existencia, como quien borra las cosas que estaban escritas en la pizarra cuando se entra en un aula para dar una clase. Esta imagen de lo escrito en la pizarra como recuerdo que se borra se la tomamos también, de la misma novela, a Muñoz Molina. El recuerdo, entonces, acaso es sólo polvo que mancha los dedos y la ropa. Polvo indefinido que no dice más que polvo y se espolsa.

Con esta imagen prestada vemos aquel álbum de fotos de amistad como una pizarra donde se ha ido borrando en cada imagen el rostro de alguien que por los motivos que sean no se quiere en compañía para la posteridad. Y sin rostro el cuerpo queda como disfraz. Pero por otro lado aquel rostro que podría haber pasado desapercibido, quizás ignorado entre el conjunto de otros rostros, aquel retrato junto con otros retratos, ahora sin cara, llama la atención y no pasa desapercibido. Y me parece que insistente persigue siempre a quien lo borró por no querer verlo.

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