Vida de perros

Mi amor se fue…

Queridas personas, no cabe duda de que mi amor se fue, mejor decir “se va”. Bueno, no tengan prisa, no se marcha todavía, el Señor Montilla continúa en la vida política activa de nuestra ciudad; con ello no quiero consolarles con el argumento de que todavía continúa hasta el próximo mayo para desaparecer de nuestras vidas, sino que continuará en política aunque pasando a lo que los medios llaman segunda fila de partido. Situación que todo buen entrenador definiría como formar a alguien para nada (me disculpen lo tajante). Porque estos primeros años de gobierno, sean para quien sean, no son más –no dan para más– que una toma de contacto, una reorganización de lo que uno se encuentra sobre la mesa y una iniciación de proyectos sobre los que se debe mantener una revisión constante y una evaluación continua.
Aún así, imaginen mi decepción o mi tristeza: la marcha de quien tantas columnas me ha regalado y a quien tantas veces he interpelado. Y aún así les digo poco. Es en realidad el adiós de alguien –a ustedes les ha quedado en el silencio del honesto (y no realizado explícitamente), del pacto entre caballeros–, con quien he paseado y departido en múltiples ocasiones “pre-concejales”. Alguien a quien tuve el gusto de dirigir en aquella obra teatral llamada “El espejo de Alicia” en el Teatro Salesiano; con quien he compartido comidas o cenas familiares –suyas, digo de la familia Montilla, a quienes no puedo dejar de enviar un saludo–; alguien a quien siempre he respetado y querido, ante todo como persona, y respetado y valorado en cualquier desempeño en el que se haya visto envuelto. Alguien, tendría que decir, que inspira honestidad, seguridad, flexibilidad, perseverancia y voluntad. Así que me gustaría que estas líneas, hablando de quien hablo, sirvieran entre otras cosas para dejar entrever que las ideas no malogran las relaciones personales y que el cariño existe –y no se aplaza–. Sirva también esto, pese a mis dudas razonables, para creer en aquella “tercera razón” donde dice querer dejar paso a otras personas “en las que tengo una fe y una confianza plena, bien preparadas y con ganas de trabajar para sacar adelante el proyecto de ciudad que tenemos Los Verdes”.

Con todo el adiós siempre es una dura tarea, como diría Julieta: “¡Adiós! despedirse es un pesar tan dulce, que adiós, adiós, diría hasta que apareciese la aurora”. No tener a Francisco Montilla ahí se me va a hacer tan oscuro como un día sin sol. Quedará la esperanza de aferrarse a otra persona, tal vez mejor, en la que se puede confiar y se puede observar crecer, que lo es para el desarrollo y bienestar de nuestra ciudad. Aún así la pérdida ya no responde a colores ni a cargos, sino a confianza y entendimiento, a dialogo en el desacuerdo y a esperanzas de mejoría. Sin lugar a dudas lo que representa el señor Montilla.

Recuerdo –me viene al cuerpo– también decir aquello en que discrepo y discuto sobre su política aunque pienso que todavía quedan semanas para continuar manifestándolo y que una columna de adiós no merece más que dejarlo constar pero no escribirlo. Mejor hacer, como en sus geniales discursos matrimoniales, gala de lo magnífico que se encuentra en las personas en lugar de recordar lo que, con seguridad, continuamos trabajando en nosotros mismos. Queda apremiar a quienes no lo han conocido, puesto que pierden la oportunidad de cruzar sus vidas con alguien realmente auténtico. Montilla podría ser ese padre, ese compañero de viaje, ese amigo, que siempre nos ayudará y no por ello lo hará del modo más fácil. Un abrazo.

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