De recuerdos y lunas

Millones de corazones

Las cifras sobre el número de personas que nos manifestamos en Madrid el sábado pasado, como suele ser ya mala costumbre, se han dispersado según tendencias políticas, medios y organizadores. Pero ahora la diferencia ha sido disparatada entre los miles de personas que dicen unos, los cientos de miles que dicen otros y los millones que cifran algunos medios y convocantes.

Ante tal contraste, lo que sorprende es que algún ejemplo haya afinado hasta la unidad. Cincuenta y cinco mil trescientas dieciséis almas ha calculado para la agencia EFE la empresa Lynce. Cierto que con un margen de error –dicen– de un quince por ciento adicional si se considera la posible incorporación de algunos mirones situados en los márgenes del recorrido. Sin duda hay que ser "lynce" o tener ojos de "lynce" para cazar tanta exactitud. Entre los cincuentaypicomil de unos y los millones de otros hay excesiva disparidad para sentirse informado. Por estos contrastes, en los coreos y pancartas de cualquier manifestación, se ha asentado como eslogan habitual eso de "luego diréis que somos cinco o seis". Eslogan especialmente dirigido hacia medios de comunicación considerados hostiles contra la causa de la movilización. También como reproche preventivo contra la autoridad cuestionada en la protesta.

Quien acude a una manifestación acude queriendo sentirse protagonista por participar en un evento trascendental y, aparte de la satisfacción de verse arropado solidariamente, le place poder ser protagonista de un hito. Se siente feliz porque si la cifra es muy alta ve más justificada la causa por la que se manifiesta. Recibe aliento. Al tiempo, los contrarios a los manifestantes gozan si la convocatoria fracasa. Porque el fracaso da razón a las razones que justificaron su quietud. En honor a la verdad, deberíamos honrarnos, participantes y no participantes, buscando la verdad. Para saber.

Por mi parte, en estas ocasiones desdeño los números y lamento que aun habiendo asistido no pueda informar de cuántos éramos. No soy periodista de trinchera que son para mí los verdaderos periodistas, esos que están en la vanguardia de la noticia. Yo –si acaso soy periodista– me dedico al periodismo de opinión, que sin renunciar a la posibilidad de acudir alguna vez al frente de la noticia y arriesgar incluso mis pasos por algún campo de minas es, éste de opinión, un periodismo más de retaguardia; donde el sosiego ha de ayudar a la necesaria reflexión que exigen las ideas. Por esto, cuando acudí a la manifestación, no me entretuve en contar a la gente. Ni lo pretendía. Estuve allí para vivirla. Lamento por tanto que no pueda informar con detalle.

Lo que sí que puedo decir es: Que sentí muchos corazones vibrando por la vida. Millones al sentirlos multiplicados en los ojos de la gente. Que me emocioné cuando de camino nos saludábamos desde los autobuses solidarios de un fin común. Que otra vez sentí a Madrid, por manida que sea la metáfora machadiana, "rompeolas de todas las Españas". Porque había banderas de España y de todas las Españas. También rompeolas de Europa. Del mundo. Porque había banderas del mundo. ¿Nosotros?... Acaso gotas que formaron –según creamos las cifras– riachuelo, mar u océano. Pero de corazones que se multiplicaban en millones de corazones en la esperanza. Que especialmente me emocionaron mucho, los muchos jóvenes que participaron con sus bullicios.

De regreso, en la noche fría por la Mancha, el autobús a oscuras, imaginé que mañana mis hijas, que serán lo que ellas quieran ser, pudieran ser como la juventud que nos acompañaba en el viaje. Porque vi mucho futuro sensato en su ser jóvenes defendiendo, contra el aborto, la vida.

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